Retrospectiva Luis Miñarro/II
El Extraño Caso de Angélica (O Estranho
Caso de Angélica, Portugal-España-Francia-Brasil, 2010) fue dirigido por el cineasta portugués Manoel de Oliveira cuando el angelito había pasado de los 102 años.
Sobre
un guión escrito por el propio cineasta a inicio de los años 50 del siglo
pasado, pero nunca filmado hasta este momento, he aquí la encantadoramente naïve historia de amor fantasmal entre
el melancólico fotógrafo judío Isaac (Ricardo Trêpa, nieto del director) y la
bellísima Angélica del título (Pilar López de Ayala), una joven mujer recién
casada que murió repentinamente para desconsuelo de su marido y su familia.
Isaac
es llamado por la madre de Angélica para que le tome una foto a su bella hija
antes de ser enterrada y, para su sorpresa e incurable obsesión subsecuente, la
“muertita” abre sus ojos y le sonríe cuando él la ve a través del lente de su
cámara. Por supuesto, nadie más que él ha es testigo de esa coquetería del más
allá y también se encuentra solo en su cuarto cuando, desde la propia fotografía
secándose, el rostro de Angélica cobra vida y le vuelve a sonreír de
nuevo. ¿Isaac está delirando o realmente
Angélica, en forma de espíritu, se ha enamorado de él?
De
Oliveira dirige con la simplicidad mágica de costumbre. Escasos movimientos de
cámara, tomas largas que permiten hallazgos inolvidables –la escena del gato
viendo fijamente al canario mientras un perro, a lo lejos, ladra- y, en este
caso, unos efectos especiales completamente anacrónicos, casi provenientes de
la época en la que inició su carrera el centenario cineasta, por allá en la
época silente hoy tan de moda.
El
anacronismo es el tema central de la película, de hecho. En el pueblo donde se
lleva a cabo toda la acción, ubicado en el Valle del Douro –escenario de otras
películas del cineasta-, el tiempo parece haberse detenido. Por más carreteras
modernas que se vean al fondo, por más tronante que sea el ruido de los
camiones que pasan frente al balcón de Isaac, por más que este sea un mundo en
donde todo lo hacen las máquina, Isaac sigue tomando fotos a la antigüita, se
viste como personaje romántico del siglo XIX, y la propia familia de la
fallecida Angélica vive, también, en otra época. De ahí, su decisión de tomarle
una foto al cadáver de la muchacha, de ahí la reacción de la hermana de
Angélica cuando Isaac le dice que, ¡horror!, él es judío.
El Extraño Mundo de Angélica es, en
realidad, El Extraño Mundo de Manoel de Oliveira: un lugar mágico en el que el
tiempo se ha detenido, en el que las máquinas ocupan un lugar secundario y en
el que el verdadero amor no conoce de barreras. Ni las de la muerte.
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