Western: la ley del más fuerte



Hacia la mitad de Western: la ley del más fuerte (Western, Alemania-Bulgaria-Austria, 2017), dirigido por la cineasta alemana Valeska Grisebach, el taciturno protagonista, Meinhard (Meinhard Neumann), le dice a otro personaje que la violencia no es lo suyo. Sin embargo, cuando en algunas películas -como, por ejemplo, las del oeste- alguien afirma que no quiere usar la fuerza bruta, es obvio que en algún momento la usará. Y aquí no es la excepción: el silencioso Meinhard, exlegionario, hábil con los golpes, diestro con la navaja, tendrá oportunidad de contradecirse.
El tercer largometraje de Grisebach juega, desde su propio título, con las referencias al cine del oeste, el género fílmico gringo por excelencia que, sin embargo, ha sido trasplantado sin problema alguno a otras épocas -el Japón feudal de Kurosawa, el mundo futuro apocalíptico de Mad Max-, a otras industrias -el chili-western mexicano, el spaguetti-western italiano, el cine español de vaqueros- y hasta a otros formas de producción, como el cine animado o hasta el documental. 
En este caso, el escenario es alguna zona rural búlgara, muy cerca de la frontera con Grecia. Un grupo de trabajadores alemanes, comandados por el brusco Vincent (Reinhardt Wetrek), llegan a ese lugar para construir una planta hidroeléctrica. Entre ellos se encuentra el ya mencionado Meinhard, un tipo delgado, correoso, de pocas palabras que no se deja intimidar por nadie pero que tampoco le gusta abusar de ninguna persona.
Aunque la historia escrita por la propia cineasta esté ubicada en el presente y estemos muy lejos de Arizona, Nuevo México o Colorado -el escenario es, ya lo anoté, Europa del este-, la premisa argumental, muchos de los personajes y algunas vueltas de tuerca provienen directamente del cine del oeste. Vea si no: los alemanes ven con cierta condescendencia o franco desprecio a los habitantes del más cercano pueblo búlgaro, cual si fueran poderosos hacendados y/o ganaderos que tienen que lidiar con algunos modestos y molestos colonos; los conflictos que se suscitan entre ellos -por la natural desconfianza mutua, por el mal trato de Vincent a una de las mujeres del pueblo, por el uso de la muy escasa agua- parecen provenir de algún western clásico; y, como ya lo mencioné antes, Meinhard, el  protagonista, es el típico strong silent type -al estilo de Gary Cooper, Alan Ladd o Clint Eastwood- que transmite, con su tranquilidad, seguridad y laconismo, la fuerza interior que posee y, también, su inabarcable soledad.
Western... está, por cierto, muy lejos de ser un mero juego referencial del cine del oeste: la estructura dramática del género está ahí, sin duda, pero lo que sucede no necesariamente concuerda con lo que esperamos. Hay enfrentamientos, es cierto, pero también acuerdos y equilibrios; hay violencia, por supuesto, pero también espacios para la tranquilidad y el sosiego. Y si la lógica apunta hacia un clímax en el que todos los conflictos tendrán una inevitable resolución trágica, la cineasta/guionista elige un desenlace que parece subversivo pero que, en realidad, es reverencialmente clásico. El John Ford de La pasión de los fuertes (1946) habría asentido con gruñona aprobación.


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