Un pequeño favor
Paul Feig se ha convertido, a lo largo de esta
década, en uno de los cineastas feministas (¿o femenino-céntricos?) más
importantes del mainstream
hollywoodense. Sus actrices y comediantes han tomado por asalto el slapstick más
vulgar (Damas en guerra/2011), la
comedia policial de pareja-dispareja (Chicas
armadas y peligrosas/2013), el cine de espionaje (Spy: una espía despistada/2015, su mejor cinta hasta el momento) y hasta
se atrevieron a revisitar una venerada comedia menor ochentera (Cazafantasmas/2016), lo que provocó, en
las redes sociales, algunos de los más ridículos arrebatos misóginos que yo
recuerde.
Esta
vez, el director hollywoodense aborda una fórmula que, en sentido estricto, sí
es femenina: la amistad/rivalidad/atracción entre dos mujeres completamente
distintas que tiene, como inevitable vértice, la presencia de un hombre. Se
trata de Un pequeño favor (A Simple Favor, EU, 2018), décimo largometraje de
Paul Feig, su cinta temáticamente y estilísticamente, más ambiciosa.
La
joven, energética y optimista madre viuda Stephanie Smothers (Anna Kendrick)
hace migas con Emily Nelson (Blake Lively), la sofisticada y despampanante mamá
del mejor amigo de su hijito. Las dos no podrían ser tan distintas: en físico,
en temperamento, en formas de ver la vida; sin embargo, algo parece atraerlas y
se convierten, contra todo pronóstico, en “las mejores amigas”. O por lo menos
eso es lo que cree Stephanie, así que cuando Emily le pide que le cuide a su
hijo porque tiene que ir a una junta –su marido y padre del niño, Sean (Henry
Golding), se encuentra en Londres-, la alegre mujer accede. El problema es que
pasan las horas, los días, las semanas y Emily no aparece.
El
guion de Jessica Sharzer, basado en una novela de Darcey Bell, tiene demasiados
cambios tonales y no todos funcionan –especialmente los que suceden hacia la
última parte del filme- pero el inicio y el desarrollo de la cinta es de lo
mejor que ha dirigido Feig en toda su carrera. La confusa pero evidente atracción
sáfica que siente Stephanie por Emily, y la manera en la que interpretan esta
relación Kendrick y Lively, ubican este thriller-cómico-suburbano en un nivel
muy superior. Si a esto le agregamos que luego sabremos –así, nomás de pasada-
que un personaje cometió incesto y que otro más llegó al parricido, entonces la
inocente comedia femenina que anuncia la exultante presencia de Kendrick no es,
después de todo, tan inocente.
En
cuanto a Blake Lively, creo que este es, hasta el momento, su vehículo más
afortunado. Frente a la simpatía natural de Kendrick y su maestría para la
comedia física, se erige Lively como una aplastante presencia, tan fascinante como amenazadora. Su agresividad y franqueza casi masculina –su vestimenta, incluso- apuntan
hacia una suerte de cínica Katharine Hepburn de nuestra época, aunque con la
sensualidad/sexualidad rapaz de Barbara Stanwyck. Si Lively no se convierte en
la estrella que está destinada a ser, toda la culpa será de nosotros. He dicho.
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