Hasta el último hombre
Pasado el prólogo de Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, EU-Australia, 2016), quinto
largometraje del icono del cine de acción y gran cineasta ocasional Mel Gibson,
vemos por vez primera el rostro adulto de nuestro protagonista, el sonriente,
amable y apacible Desmond Doss, interpretado por el treintón cara de niño
Andrew Garfield.
Hay algo extraño en la manera en la que Garfield
encarna al futuro héroe de guerra Doss, quien llegó a salvar a 75 hombres en la
batalla de Okinawa de la Segunda Guerra Mundial, acción que le valió la Medalla
de Honor, máxima condecoración posible. Más que inocencia o, incluso, santidad,
el Doss de Garfield llega a parecer, al inicio, un idiota. Es como si
estuviéramos frente a alguien que no tiene la suficiente madurez intelectual
para entender lo que le rodea. El tipo resulta encantador, cierto, pero también
parece medio tonto.
Evidentemente, Doss no es ningún imbécil aunque a
ratos lo parezca, más todavía cuando empieza a enamorar a una bellísima enfermera
(Teresa Palmer) a la que conoce en un hospital al ir a donar sangre. En realidad, es fácil confundir la bondad innata de Doss por simple tontería o algo peor,
así que cuando el muchacho se enlista voluntariamente para ir a la guerra pero no
quiere llevar arma alguna, todo mundo –sus compañeros del regimiento, su
sargento gritón (Vince Vaughn), su serio capitán (Sam Worthington)- pensará que
Doss está enfermo de la cabeza o, de plano, es un cobarde. Otra vez: ese rostro
de Garfield, ese tonito infantil al hablar, esa mirada a ratos juguetona,
confunden a cualquiera.
Esta
es una de las muchas contradicciones que están en el centro de esta película
–acaso la mejor- dirigida por Mel Gibson, a saber: un jovencito inocente y
bondadoso en medio de una de las batallas más violentas del Pacífico en la
Segunda Guerra Mundial, la biopic de
un extraordinario héroe de guerra que fue no solo un genuino pacificista sino
hasta un objetor de conciencia, el impulso casi febril de un santo protegido
por el Señor -¡esa toma en la que Doss, en camilla, parece flotar en el aire!-
al lado de una serie de violentísimas escenas sanguinolentas con toques de
humor gore -¡ese momento en el que un soldado usa el torso de un muerto para
protegerse!
Gibson
no resuelve ninguna de estas contradicciones. Al contrario, como cineasta, no
parece preocuparse por ellas: hay tanta sinceridad en el edificante retrato
moral de Doss como en las impresionantes escenas bélicas que son el centro de
la segunda parte del filme, imágenes que uno como espectador no puede dejar de
ver, por más que la sangre, la mutilación, el sufrimiento, el caos, el dolor,
la muerte, nos obligue a cerrar los ojos, a apartar la vista de la pantalla.
Estamos
ante una cinta tan febril como el impulso de Doss por salvar las vidas de sus
compañeros, tan incongruente como el hecho de enlistarse en una guerra para
elegir no portar arma alguna y, también, tan honesta y transparente como la visión
del mundo de Mad Mel: venimos a este
valle de lágrimas a sufrir, pero alguien más vino primero a morir por nosotros. Así que por Él, y sólo por Él, valen la pena todos los sacrificios. Y si no,
pregúntenle a Doss. O a Mel.
Comentarios