Moana
Hay un momento clave en Moana (Ídem, EU, 2016), el más reciente largometraje animado de la
Casa Disney, en la que nuestra protagonista, la Moana del título (voz de Auli’i
Cravalho en inglés, de Sara Gómez en español), le dice a alguien, exasperada,
que ella no es una ninguna princesa. El otro personaje, lacónico, le aclara:
“llevas falda y tienes a tu lado un animal chistoso: claro que eres una
princesa”.
En
efecto, la cinta dirigida a ocho manos por los veteranos Ron Clements y John
Musker –responsables de las mucho mejores La
sirenita (1989), Aladino (1992)
y Hércules (1997)- y los casi recién
llegados Don Hall y Chris Williams –directores de la apenas palomera Grandes héroes (2014)- es una
tradicional “película de princesa al estilo Disney”. Aunque, para ser justos,
la tradición de la que abreva Moana tiene que ver con el nuevo cine
femenino/feminista disneyano, en el que las mujeres ya no necesitan de bules
masculinos para nadar.
Moana
es, de hecho, una princesa en todos los sentidos: es la heredera del Jefe Tui
(Temuera Morrison en inglés, Nando Estevané en español), quien ha gobernado
sabiamente la pequeña isla polinesia de Montonui, prohibiendo a toda la
población salir del paradisiaco islote en el que vive. El límite infranqueable
es un arrecife que marca la frontera entre Montonui y el mar abierto.
Sin embargo, cual sirenita ochentera –recuérdese que
Clements y Musker dirigieron ese clásico musical/animado ochentero-, Moana
sueña con explorar, conocer, salir hacia el mundo. Inspirada por su abuela Tala
(Rachel House en inglés, Angélica Aragón en español), Moana sale de Montonui
con el fin de cumplir una tarea heroica: atravesar el océano para
regresarle a una diosa cierta piedra mágica que el semidiós Maui (voz de “la
Roca” en inglés, de Beto Castillo en español) le robó hace tiempo, so pena que
la isla en la que ella vive desaparezca debido a la inanición ecológica.
El
trayecto dramático, por partida doble, es todo lo convencional que usted quiera
-el rescate ecológico de Montonui pasa por el crecimiento y maduración de
Moana-, pero también es irreprochable: a menos que usted se llame Donald y se
apellide Trump, ¿quién puede estar en contra de un discurso que enaltece a las
jovencitas luchonas, que afirma que hay que proteger a nuestros ecosistemas y
que apuesta por conocer el mundo y dejar de vivir aislados?
Por
desgracia, el resto de la película no está a la altura de su aplaudible discurso
ideológico: las canciones –con la excepción de la graciosa “De nada”, cantada
por el vanidoso semidiós Maui- son olvidables, la animación no es
particularmente espectacular y en toda la película hay un solo momento
ingenioso: la delirante escena de acción en la que un grupo de cocos-pirata (es
en serio) ataca a Moana y a Maui.
De
cualquier manera, la película dista de ser un desastre: Moana aguanta el
palomazo con creces y de principio a fin. Pero a estas alturas del juego, uno
espera algo más de la Casa Disney. Y esta vez no lo dio.
Comentarios
A mi francamente me molestaron las canciones. Estan de mas. No funcionan como en Frozen por ejemplo, y pecado mortal, alargan innecesariamente la película...
El semidios, sus tatuajes vivientes y los cocos pirata sin duda lo mejor y mas divertido...
Saludos