La llegada
Faltando media hora para el desenlace de La llegada (Arrival, EU, 2016), octavo
largometraje del franco-canadiense hollywoodizado Dennis Villeneuve
(interesante pero quebrada La mujer que cantaba/2010, churro bien filmado Tierra de nadie: Sicario/2015),
uno empieza a vislumbrar que, acaso, la película que uno ha estado viendo es
otra cinta muy diferente. Cuando el filme ha terminado, uno entiende que, en
efecto, lo que empezamos a ver es algo muy distinto a lo que acaba de finalizar.
Y, de hecho, mucho mejor.
Basado
libremente en el extraordinario cuento de ciencia ficción “La historia de tu
vida”, de Ted Chiang –libro de cuentos disponible en español en editorial
Alamut-, el filme inicia con la reflexiva voz en off de nuestra protagonista,
la solitaria maestra de lingüística Louise Banks (Amy Adams, con otra
nominación al Oscar en su bolsa), quien se pregunta acerca del verdadero inicio
de la historia que vamos a ver.
Convencionalmente
hablando, La llegada inicia cuando
doce naves extraterrestres llegan a nuestro planeta para permanecer suspendidas
a unos cuantos metros del suelo. Las naves parecen una suerte de rocas enormes,
negras, de forma ovoide, planas de un lado: haga de cuenta como piedras de río,
pero grandotas. Un militar (Forest Whitaker) llega a la elegante casa en donde
vive la doctora Banks para encargarle la misión de tratar de comunicarse con
los extraterrestres que han llegado a la Tierra sea como turistas, sea como
científicos, sea como sea. Cuando llega al campamento militar de Montana donde
se encuentra una de las naves espaciales, Banks se encuentra con el físico Ian
Donnelly (Jeremy Renner), encargado a su vez de dirigir un equipo de
científicos que tratan de entender quiénes son los aliens, qué tan avanzados
son, cómo llegaron a nuestro planeta, etc.
Pasada
la sorpresa de Banks –y de nosotros- después de conocer a los extraterrestres
–una especie de pulpos de siete tentáculos cuyas extremidades se convierten en
algo parecido a estrellas de mar-, la narración fílmica alterna lo que parece
una serie de flashbacks acerca de la tragedia personal de Louise –se casó, tuvo
una hija, se separó, la niña murió de una enfermedad incurable- con el
presente, es decir, con las enormes dificultades que tiene la talentosa
lingüista para entender la escritura de los heptápodos (o sea, esos seres extraños
de siete patas), quienes se comunican haciendo círculos de tinta en el aire.
Humanos
y aliens intercambian información dentro la nave espacial, separados únicamente
por una enorme pantalla rectangular que asemeja una pecera o, por supuesto, una
sala de cine. Los ojos de Banks –probablemente esta sea la película en la que
mejor han sido usados los ojos de Amy Adams- se abren desmesuradamente,
comunicando el asombro, la ansiedad, el miedo, la emoción de encontrarse en ese
sitio, haciendo historia. Lo que ella no sabe, por lo menos en ese momento, es
que el destino de su vida futura se está decidiendo en esos mismos instantes. O
más bien, que ya se decidió.
Es
cierto que la vuelta de tuerca que vemos cerca del desenlace –que no está en el
cuento original de Chiang, por cierto- deja uno que otro cabo suelto, pero el
desliz se justifica con creces: la paradoja temporal que vemos en cierta escena
clave de La llegada –lo más cercano
a una escena de acción que vemos en toda la película- no desmerece con la
creciente emoción que provoca el darnos cuenta de lo que ha sucedido y lo que
sucederá en la vida de Louise. En ese sentido, el guion escrito por Eric
Heisserer termina respetando, por otra vía, el tema filosófico contenido en el
relato de Chiang.
Y no diré más porque el misterio está para ser
descubierto por cada espectador. Solo agregaré que, con las debidas distancias,
Villeneuve y Heisserer nos han entregado con La llegada el 2001: Odisea
espacial (1968) del nuevo siglo. O, si quiere, el nuevo Solaris (Tarkovsky, 1972). Y no estoy
exagerando. Bueno, acaso un poco.
Comentarios
Ese Don Diezmartinez me dijo que, una vez que eres papá, aprecias el cine de forma distinta. Razón que tenía.
En mi opinión y después de ver Prisioneros (la de Jackman), Villeneuve no confía en la fuerza de sus propuestas y se siente obligado a amarrar artificialmente cabos que no lo necesitan.
Joel: Forget it, Joel. It's Hollywood.