Hasta el Fin de los Días
Hasta el Fin de
los Días (México, 2014), segundo largometraje documental* de Mauricio Bidault y presentada hace dos años en el Festival de Cine Iberoamericano en Guadalajara, ha sido estrenada, finalmente, en la Cineteca Nacional. Por el tema del que trata y sus protagonistas, difícilmente se verá en las pantallas comerciales de la Ciudad de México -o del resto del país.
Hasta el Fin de los Días está centrado en el trabajo forense y en los
procedimientos científicos para ayudar a la justicia. Sus protagonistas son los médicos e
investigadores que trabaja de sol a sombra –y de sombra a sombra- recopilando
información, recogiendo cuerpos, reconstruyendo rostros. Los peritos del Instituto Jaliciense de Ciencias Forenses aparecen ante el ojo de Bidault como un puñado de esforzados
trabajadores profesionales. No son heroicos: hacen su chamba y ya.
Los 58 profesionales que vemos en pantalla –médicos,
investigadores, oficinistas- hacen su trabajo de manera cotidiana sin hacer
alharaca alguna, sin exigir admiración. La decena de viñetas que vemos en los
88 minutos de duración del filme se van sucediendo sin comentario editorial de
ninguna especie, sin voz en off explicativa. Bidault ha realizado un documental
notable por lo excepcional: he aquí una crónica desapasionada, neutral, de
cómo se trabaja científicamente en México para lograr la justicia.
Así pues, vemos a una mujer, atendida por una
trabajadora social, que está buscando a su padre extraviado; pasamos luego a
ser testigos de una autopsia dirigida por un anciano médico forense que apenas
puede sostenerse en pie, pero que sigue presumiendo una lucidez irrebatible;
vemos el trabajo de campo de varios investigadores –el estudio de una escena de
un crimen, el levantamiento de un cuerpo en un accidente automovilístico-; y,
también, los procedimientos científicos realizados en el interior del Instituto
Jaliciense de Ciencias Forenses: los trabajos en el laboratorio de balística,
el estudio del rompecabezas de un cuerpo descuartizado –que resulta que no es
uno, sino tres cuerpos… ¿o siempre sí es uno?-, la reconstrucción del rostro de
alguien a través de su cráneo, y hasta la forma tan peculiar en la que “archivan”
–después de incinerarlos- a los cadáveres no reclamados.
Bidault no escatima imágenes de la violencia que ha
golpeado a este país en los últimos años –vemos, por ejemplo, el hallazgo de 17
cadáveres encadenados y la forma en la que los cuerpos son amontonados en
camillas, planchas y hasta en el suelo-, pero lo suyo no es la búsqueda de la
tragedia ni el horror para confrontar al espectador desprevenido. Por supuesto,
hay horror y tragedia todos los días en este trabajo –por ejemplo, vemos cuando
recogen los cuerpos de dos niñitos, aparentemente asesinados por su propia
madre, que luego se suicidó-, pero también hay pláticas casuales a la hora de
la comida, somos testigos de la celebración de un cumpleaños -¡otro más del
ancianísimo médico forense!-, y al final de la jornada –que es el final del
documental- una joven trabajadora social se despide de sus compañeros porque ha
llegado el momento de su incapacidad por embarazo.
Es decir, la vida se abre
paso, la vida sigue. Como debe de ser.
*El texto original apuntaba que esta película era opera prima. Agradezco al lector Mauricio Coronado que me señaló mi error.
*El texto original apuntaba que esta película era opera prima. Agradezco al lector Mauricio Coronado que me señaló mi error.
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