Cuéntamela otra vez/XLII
Hugh Glass existió. Nació en Pennsylvania, alrededor de
1780 y aunque en su juventud no le faltaron aventuras -en algún momento fue
pirata, vivió un tiempo con los pawnee como uno de los suyos-, la odisea que lo
volvería famoso sucedió cuando formó parte de un grupo de cazadores y
comerciantes de pieles en la tercera década del siglo XIX.
En 1823, en un territorio que se ubica actualmente cerca de
la frontera estadounidense con Canadá, Glass fue atacado por una osa grizzly
que lo dejó medio muerto. El jefe de la cuadrilla de tramperos, el Capitán
Henry, juzgó que Glass no sobreviviría mucho tiempo y como estaban acosados por
un grupo de feroces indios arikara, decidió abandonar a Glass, dejando como
como responsables de cuidarlo y darle cristiana sepultura a dos cazadores, el
jovencito Jim Bridger -que tendría sus propias aventuras, una larga vida y una
fructífera carrera como uno de los primeros narradores de "la conquista
del oeste"- y otro tipo apellidado Fitzgerald.
Cuando Bridger y Fitzgerald estaban cuidándolo, vieron que
un grupo de arikara se dirigía al sitio en donde ellos estaban, así que
abandonaron a su suerte al compañero herido a quien, de hecho, ya habían
empezado a enterrar. Cuando finalmente Glass despertó, se encontró solo, con
heridas abiertas, varias costillas rotas y una pierna con la que no se podía
sostener.
Aquí es donde empieza la leyenda: Glass curó sus propias
heridas, se alimentó como pudo de raíces y bayas, logró comer carne cruda de un
bisonte que encontró muerto y arrastrándose primero, cojeando después, tomando
el río Cheyenne sobre una balsa, ayudado a veces por indios amigables -acaso
pawnee-, increíblemente logró viajar 300 kilómetros hacia el sur, al Fuerte
Kiowa -en la actual Dakota del Sur-, en donde llegó unos dos meses después de
haber sido dejado muerto. Glass empezó a buscar a los dos compañeros que lo
habían abandonado, aunque luego desistió de su venganza. Eso sí, se dice que
logró recuperar de las propias manos de Fitzgerald su rifle, que el tipo se
había llevado cuando había sido dado por muerto.
La odisea de Glass se hizo famosa, en parte, porque el
propio aventurero vivió unos años más para contarla -murió una década después,
aparentemente ultimado por los bravísimos arikara- y porque muchos otros -como
el ya mencionado Jim Bridger- la convirtieron en parte del repertorio de las
legendarias "historias de frontera".
A grandes rasgos, esta es la historia que, adaptada
libremente de la novela de Michael Punk, retomó Alejandro González Iñárritu
para su sexto largometraje, Revenant: El
Renacido (The Revenant, EU, 2015), filme que bien podría sumarle al
mexicano un par de Oscars más en su haber y darle a Leonardo Di Caprio su primera estatuilla.
Sin embargo, El Renacido no es la primera película que narra la increíble aventura de Glass. Hace casi medio siglo, el artesano fílmico/televisivo Richard C. Sarafian dirigió Man in the Wilderness (EU, 1971) que no solo es, básicamente, la misma historia de El Renacido sino que, incluso, comparte con la cinta de González Iñárritu un muy similar tono de reflexión existencial y hasta religiosa -más marcada, eso sí, en la cinta del mexicano.
En Man in the Wilderness, Hugh Glass es un inmigrante inglés y se llama Zack Bass (un adecuadamente estoico Richard Harris), mientras que el capitán Henry de los tramperos (interpretado por un perfecto John Huston) no es un militar sino el capitán de un barco que, increíblemente, toda la cuadrilla va cargando sobre las ruedas de una carreta, cual delirante precursor de Fiztcarraldo (Herzog, 1982).
La historia, por lo demás, es la misma: Bass es atacado brutalmente por una osa y Henry deja a dos tipos, el jovencito Lowrie (Dennis Waterman) y al viejo Fogarty (Percy Herbert) para cuidarlo y, llegado el momento, sepultarlo con todo y lectura de algún pasaje de la Biblia. Sin embargo, al avistar a los "rickarees" -o sea, a los arikara- Lowrie y Fogarty semi-entierran a Bass y huyen del sitio. Bass, que ve y escucha todo entre las nieblas de la agonía, logra salvarse y va en buscar de todos sus excompañeros, que también son seguidos por los "rickarees".
En el delirio de la muerte en vida, Bass recuerda su infancia traumatizada por la orfandad, sus desencuentros con Dios y con quienes hablan en nombre de él -la escena de la clase cuya lección es "la letra con sangre entra"- y el efímero remanso de paz al lado de su mujer, quien había muerto de parto.
Sarafian nunca fue un director de grandes alcances -su cinta más conocida es precisamente esta y la cult-movie Carrera contra el Destino (1971)- pero aquí logra sostener con creces la historia en los dos escenarios paralelos: por un lado, somos testigos de la dura sobrevivencia de Glass -la manera en la que se cura, quema sus heridas, le arrebata un pedazo de carne a unos lobos, se guarece de la lluvia y de la nieve- y, por el otro, de la creciente paranoia de Henry que, cual Capitán Ahab de tierra firme, camina enloquecido por la cubierta de su bote de madera, oteando el horizonte en busca de los "rickarees" pero, también, de Bass, de quien sospecha que no murió y que los está siguiendo para vengarse.
En el desenlace, Henry y sus hombres han llegado con su bote-carreta a un río Misuri sin el agua suficiente para embarcarse, rodeados de los "rickarees" y con el fantasma de Bass siguiéndolos de cerca. Es ahí cuando Bass debe decidir su camino: si porfiar en la venganza bajo la protección del jefe indio "rickaree" -que en algún momento lo había "bendecido" al verlo agonizante- o abrazar la vida que había podido recuperar en esas semanas de sobrevivencia, en comunión con la naturaleza y consigo mismo.
Es evidente que el mismo problema enfrentó González Iñárritu hacia el desenlace de El Renacido. ¿Qué hacer con el ansia de venganza de Hugh Glass -aquí sí llamado como el personaje verdadero- al toparse finalmente con su Némesis, el cínico tejano Fitzgerald? Por supuesto, aunque no apuntaré aquí qué sucede, le adelanto que es un final mucho más ambiguo, para bien y para mal, que el del filme de Sarafian: acaso el único elemento discutible de una película que, después de Birdman (2014), es lo mejor que ha hecho el cineasta mexicano ya plenamente hollywoodizado.
El guion escrito por el propio González Iñárritu y Mark L. Smith crea un contexto más complejo en la conocida historia de Glass. Por una parte, le agrega una historia personal bastante verosímil, que hace más creíble el deseo de venganza del trampero, quien va en busca de Bridger (Will Poulton) y Fitzgerald (Tom Hardy) no solo porque lo abandonaron malherido y a su suerte, sino porque el segundo asesina a puñaladas al hijo mestizo de Glass, Hawk (Forrest Goodluck), frente a los ojos de su agonizante padre. Y por otra, la odisea personal de Glass está contrapunteada por la búsqueda que un jefe indio arikara (Duane Howard) hace de su hija Powaqa (Melaw Nakehk'o), que ha sido secuestrada por "el hombre blanco" -luego descubriremos que se trata de tramperos franceses-, cual provocador eco/homenaje, pero a la inversa, del clásico fordiano Más Corazón que Odio (1956).
Pero más allá de todos estos agregados -todos ellos bienvenidos, por cierto-, lo que convierte a El Renacido en una emocionante experiencia difícil de resistir es el hecho que, a través de la prodigiosa cámara de Emanuel Lubezki en camino a ganar su tercer Oscar consecutivo y con la irrebatible capacidad de González Iñárritu para montar secuencias de acción, una oscura y repetitiva historia de venganza y sobrevivencia in extremis como la de Hugh Glass, se transforma en un apabullante y, a la vez, espeluznante espectáculo visual hollywoodense.
Más allá de la arrobadora belleza de algunos momentos -esa luz que aparece mágicamente bajo los mágicos designios de Lubezki, algunos flahbacks subjetivos de Glass casi malickianos-, lo que impresiona de manera genuina son esas varias secuencias de acción, tan virtuosas o más que las mejores que usted recuerde, como ese primer ataque de los "rees" -o sea, "rickarees"- al campamento del capitán Henry (Domhnall Gleeson) en el que la cámara de Lubezki, sin corte discernible alguno, sigue a un atacante, se detiene frente a una víctima, sigue a otro que va a caballo, panea hacia la izquierda para cambiar de perspectiva y así hasta el agotamiento total -del espectador, no de Lubezki. O esa otra escena en la que vemos a Glass escapar a caballo del asedio de los "rees" hasta llegar a un precipicio en el que cae con todo y cuaco (y casi con todo y Lubezki) al abismo. O esa emocionante pelea final a golpe, patada, cuchillada y mordida a la Mike Tyson entre Glass y Fitzgerald. O, claro, el ya celebérrimo ataque de la osa grizzly sobre la humanidad de Glass, impresionante no solo porque el animal parece de verdad, sino porque además sucede, cruelmente, en varias etapas.
¿Crueldad de la osa?: más bien, de González Iñárritu. Así se lleva el mexicano con sus personajes. Y con su público.
Comentarios
No me cansó ni me aburrí, me entretuve y bonito, tampoco me impresionó.
Extraordianrio el uso de la cámara.
No solo Malick estuvo presente, también Ang Lee...extraordinarios los vaqueros borrachos bailando cuasi eróticamente...Miyazaki en ese enorme y gigantesco alce que detona la seguna escena. No sé, pero hubo instantes que hasta Reygadas me pareció presente.
Fitzgerald al final chafeo gacho...supongo así debía de ser, para lucimiento de Leonardito, valiendo madres el trazo conductual del personaje.
2046
Joel: Pues no estaría mal. Aunque dudo que se la encarguen y que Iñárritu acepte. Creo más inclinado a ese tipo de proyectos a Cuarón -lo que tampoco estaría nada mal. El chiste es que usen a Lubezki.
Jeremy: En sentido estricto, la aventura de Glass no encaja como western.
Champy: El final es, creo, el elemento flojo de la cinta. Pero, vaya, es un decir eso de flojo.
Estaría bueno que Diezmartinez nos regale un Iñarritumetro creo que ya tiene buena tela de donde cortar para un ejercicio así.
Saludos.
No creo el el "Nivel Autoral" del Negro le permitan rebajarse a una franquicia como 007, el Charolastra mayor es mas raza y ese sí que se atrevería, ahí soy yo como Cuarofan el que pondría en grito en el cielo...aunque también soy admirador del martini y del Astor Martin así que pueque hasta lo disfrutaría...pero que dirija a Idris Elba si no no.
2046
Anónimo: Es por lo menos contradictorio ese final. Sí, no lo mata, pero lo matan otros. De alguna manera la muerte del "villano" sucede en la pantalla. En la cinta de Sarafian el final es anticlimático pero justo: Glass recoge su rifle y decide no vengarse de nadie.
Pero ahí no está lo aberrante, en la escena anterior, cuando dispara a Glass, o a quien él suponía Glass, al darse cuenta que cayó en la trampa del astuto superviviente huye como...ya no se si como el Ecoloco cuando lo perseguían Mafafa y Pistachón, como el villano reventón o como la chilindrina luego de sus diabluras para no ser descubierta... Y aquel ser despiadado que fríamente le hundió un puñal a una creaturita frente al moribundo padre? Un ser frío despiadado maldito y sin conciencia de esos talantes (los trazados a lo largo del film) lejos de huir lo enfrentaba al momento, jamás se conduciría cual escena de chespirito.
Ahí, el Negro se la jaló.
2046