Bajo los Techos de París
Aunque no fue la
primera cinta sonora francesa propiamente dicha, Bajo los Techos de París (Sous les toits de Paris, Francia, 1930), sexto largometraje de
René Clair, es famoso por ser el primer filme galo que
usó de manera eficaz el sonido, en el aspecto técnico y más aún en el artístico.
La secuencia inicia es célebre: la cámara montada
en una grúa –y manejada por Georges Périnal y Georges Raulet- se mueve de los
techos del título de la película hasta el nivel de la calle, en la que vemos a
un grupo de personas cantando “Bajos los Techos de París”. Se trata de un espléndido plano secuencia de
minuto y medio de duración que no solo nos muestra las apretadas calles y las
modestas viviendas de ese artificial barrio parisino –la cinta fue filmada por
completo en estudio- sino que ese acercamiento visual está acompañado por un
virtuoso diseño sonoro. Así pues, en la medida que la cámara se acerca al grupo
que canta en la calle, el sonido se vuelve más claro. Nos acercamos visual y
auditivamente al mundo de los personajes. Vea y escuche:
Este capcioso uso del sonido se va a repetir en
innumerables ocasiones en el resto del filme, pues Clair –que había realizado
su primera obra maestra poco antes, la silente Un Sombrero de Paja de Italia (1928)- tuvo muy claro desde el
inicio que el sonido podía ayudarle a crear el ambiente de la historia –a
través de los cantos y la música-, pero también que la ausencia de sonido podía
ser igual de importante. Por lo mismo, en muchas ocasiones vemos lo que se
dicen los personajes –la escena final, por ejemplo- pero no escuchamos sus
palabras. No es necesario hacerlo: gracias a una brillante elipsis sonora,
Clair nos ha brindado toda la información que necesitamos.
La historia es encantadoramente sencilla. El
cantante callejero Albert (Albert Préjean) se enamora de la bella inmigrante
rumana Pola (Pola Illéry), quien es acosada por el violento chulo Fred (Gaston
Modot). Por un malentendido, Albert termina en la cárcel y cuando sale días
después, libre de culpas, se encuentra que Pola ya tiene otro galán, el mejor
amigo de Albert, Louis (Edmond T. Gréville).
Lo que queda en la memoria, más allá de la
historia, es la forma de contarla de Clair, su puesta en imágenes y sonido: el
emplazamiento de cámara que nos permite ver a través de un tragaluz lo que
sucede en el pequeño piso de Pola, el movimiento de grúa completamente vertical
que nos permite atisbar la vida en esos modestos departamentos, la manera en
que la pegajosa canción “Bajo los Techos de París” pasa de un piso a otro al
ser cantada o chiflada, el uso de la celebérrima “Obertura de Guillermo Tell”
de Rossini para acompañar alguna escena, la cámara que se aleja del grupo
callejero cantando tan como se acercó a él al inicio del filme…
En efecto, tal
vez Clair no tenga gran cosa qué decir en esta película, pero qué bien lo dice.
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