Los Cabos 2013/II
La sección Primero México, de Los Cabos 2013, está conformada por seis primeras o segundas cintas mexicanas. Es el caso de LuTo (México, 2013), opera prima de Katina Medina Mora. Sin embargo, ese también es el caso de Las Horas Muertas (México-Francia-España, 2013), segundo largometraje de Aarón Fernández (más que meritoria Partes Usadas/2007, Mejor Opera Prima en Guadalajara 2007), que se ha programado en la sección norteamericana Los Cabos, compitiendo al lado de filmes gringos y canadienses. El porqué Las Horas Muertas no está, pues, compitiendo con sus similares -operas primas y operas secondas nacionales- y recibió el privilegio de estar en la sección central se me escapa pero, vaya, alguna razón debe de haber.
Las Horas Muertas nos remite a un formato dramático harto conocido: la relación de un joven que, en un corto tiempo, crece y madura, ayudado por una mujer un poco mayor y de no malos bigotes. Sebastián (Kristyan Ferrer), un chamaco de 17 años, llega a administrar el pequeño motel ("10 habitaciones, bueno, 9, todas igualitas") que su tío Gerry (Fermín Martínez) regentea en la carretera Nautla-Poza Rica. El tío va a Jalapa por 15 días, acaso más, a hacerse unos exámenes médicos, así que deja a cargo del changarro sexoso a este muchachito que, más pronto que tarde, aprenderá a lidiar con cuanta bronquita se le presente: que si no hay recamarera porque no hay mujer que quiera trabajar en ese lugar non-sancto, que si un chamaquito de por ahí le está bajando los cocos de sus palmeras sin darle nada, que si a veces escucha ruidos raros que parecen provenir de una habitación que no está en uso.
Nada que no pueda resolver tarde o temprano. Precisamente ese motel, el Palma Real, es el favorito de la morenaza vendedora de condominios Miranda (Adriana Paz, Mejor Actriz en Morelia 2013), quien se encuentra ahí cotidianamente con su incumplido amante Mario (Serio Lasgón). Como el tipo siempre llega tarde a su cita sexual, la mujer, tan guapa como independiente, empieza a platicar con Sebastián, a quien ve como una especie de amiguito o hermanito menor aunque, por supuesto, el chamaco desearía otra cosa muy diferente. Teniendo a Adriana Paz a un lado, ¿quién no?
La sencillez de la historia se compensa por la bella fotografía por Javier Morón, la impecable dirección de actores y por el tono que Fernández le impone a su filme. En ningún momento se subraya lo obvio -el aburrimiento de Miranda, la confusión hormonal de Sebastián- y el propio desenlace es ejemplar en su rigurosa economía. ¿Para qué hacer tanto drama? Un capítulo se cierra para Miranda y, también, para el más maduro Sebastián. Así es la vida.
Igual de sencilla, aunque menos meritoria, resulta LuTo, programada en la sección de la competencia nacional. El (apenas) largometraje -62 minutos de duración- de la debutante Katina Medina Mora nos presenta una historia vista en innumerables filmes mucho mejores que este, alguno de ellos clásicos.
Luisa (Patricia Garza) y Tomás (Juan Pablo Campa) -de ahí el título de la película: LuTo- es una joven pareja que tiene una relación muerta. Al inicio del filme vemos cómo, a pesar de que duermen juntos, no se dirigen prácticamente la palabras. "Comper", es la palabra más amable que se dicen uno al otro. Él es escritor de novelas infantiles, ella es relacionista pública y alguna vez estuvieron tan enamorados -acaso más ella que él, diría yo- que hablaron de vivir juntos para siempre.
Esto último lo vemos en algunos idílicos flash-backs, porque el presente es de perros y gatos. La distancia entre los dos, queda claro, se ha ido construyendo con una serie de pequeños detalles que cualquiera que esté casado -o que viva en pareja- sabe que pueden ser la tumba de una relación: que si alguien olvidó comprar el café cuando fue al mandado, que si el otro no sacó la basura cuando ella se lo pidió, que si ella tiene más dinero que él, que si los celos patológicos de él, que si los temores y la inseguridad de ella...
La película no es más que un buen ejercicio de estilo y la señorita Garza está muy bien, acaso porque su personaje le permite demostrar más y mejor sus emociones. No es el caso de Juan Pablo Campa, cuya inexpresividad termina resultando un lastre para la cinta. Además, tengo la sensación que la cineasta/guionista Medina Mora creo un personaje más distante y cerrado en Tomás que en Luisa. ¿Inevitable inclinación femenina?
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