Distrital 2012
En su tercera emisión, Distrital -festival no competitivo que vino a sustituir, hasta cierto punto, al desaparecido FICCO- confirma, con su programación, el sentido de su existencia. Aquí se exhibe un cine, en más de un sentido, desafiante y radical, un cine que dificilmente se podría presentar en otros lados en este país -acaso en el recién aparecido FICUNAM y nada más.
Un par de ejemplos encontrados: Mondomanila (Ídem, Filipinas-Alemania, 2010), dirigida por el prolífico cineasta/videoasta filipino Khavn, se trata de una vigorosa crónica sobre los barrios bajos de Manila y sus habitantes. Realizada en las verdaderas ciudades perdidas de Manila y con auténticos sobrevivientes de la miseria, la película es tan ágil como repetitiva: el desfile de freaks -mutilados, enanos, travestis- y de momentos shocking -bestialismo, pedofilia, mutilaciones gore en primer plano- pueden apantallar al inicio pero cuando el filme no sale del mismo tema y del mismo tono, los bostezos -los míos, por lo menos- no tardaron en aparecer. Una exploitation-movie que, como suele suceder con este tipo de filmes, pasado el momento del asco y/o asombro, termina por aburrir.
Otro tipo de radicalidad presume la mucho mejor Corta (Colombia-Francia-Argentina, 2012), primer largometraje como cineasta del experimentado editor Felipe Guerero, quien tiene en su haber el montaje de casi un veintenar de cintas -recientemente, por ejemplo, el sólido thriller colombiano El Páramo (Osorio Márquez, 2011) o el documental mexicano El Hombre que Vivió en un Zapato (Gómez Mont, 2011), programado también, por cierto, en Distrital 2012.
Corta es un documental realizado en el Valle del Cauca, en Colombia. La cámara de 16 mm. de Andrés Pineda -manejada por el propio director- se planta, sin movimiento, completamente fija, frente a la acción. Y la acción es simple, extenuante, hipnotizante: un hombre ve frente a sí una pared formada por un tupido cañaveral. En plano general, sin voltear nunca hacia la cámara, durante minutos que parecen una eternidad, el tipo va abriéndose paso entre las cañas: las embiste, las corta, las hace a un lado... La primera toma dura alrededor de 5 minutos. Vendrán otras tomas: la más extendida, de 10 minutos; la más breve, de uno solo.
En cada nueva toma, la cámara tiene otra posición, pero nunca se mueve un milímetro: atestigua el descanso de los "corteros" en plano general, ve a otro "cortero" echarse un gorgorito ("Yo me enamoré de una mujer tirana" canta el tipo) mientras avanza dando machetazos, muestra las enormes máquinas que recogen la caña cortada del suelo como si se tratara de un filme de ciencia-ficción o deja que la luz provocada por un campo incendiado ilumine la pantalla oscurecida al ritmo de la música de Iannis Xenakis que, con sus percusiones, parece anunciar una suerte de ceremonia primitiva, acaso mágica.
He dicho que Corta es un cine radical. ¿Cómo puede ser radical un documental de mera observación sin diálogos, personajes, información, contexto? La radicalidad de la que me refiero con respecto a Corta es la radicalidad entendida como la raíz de algo, en este caso, del cine. El ver los afanes de los "corteros" y la forma en la que Guerrero, con su cámara siempre fija, toma la acción, me hizo recordar el primer cine, el más primitivo, el que ni siquiera se entendía como "película" sino como "vista". De hecho, esto es Corta: una serie de fascinantes "vistas" realizada por un émulo de los Lumière -cf. La Demolición de un Muro (1895)- en pleno siglo XXI.
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