Carlos
Carlos (Ídem, Francia-Alemania, 2010), décimo-cuarto largometraje de Olivier Assayas, es otra exploración más por los meandros del mundo globalizado en el que vivimos, tema que ya había tratado el cinecrítico convertido en cineasta, sea en su paranoico thriller internacional Demonlover (2002), sea en su reciente obra maestra inédita comercialmente en México, el melodrama familiar La Hora del Verano (2008).
Al igual que los personajes de estas dos cintas, el terrorista venezolano Ilich Ramírez Sánchez alias “Carlos, el Chacal” (impresionante Edgar Ramírez), está a merced de fuerzas que no puede controlar, por más que su propio ego le diga otra cosa.
Sí, es cierto, “Carlos” es un súper-estrella del
terrorismo internacional en los años 70, su nombre aparece en grandes letras en
el diario francés Libération y recibe mensaje de líderes anticapitalistas de
todo el mundo que dicen admirarlo. Al final, todo será inútil: mientras la
audacia y la personalidad de “Carlos” eran funcionales para los titiriteros,
llegó a ser alguien importante. Cuando su figura se volvió anacrónica, se
convirtió en una pieza desechable en la lógica de la nueva política globalizada
post-Guerra Fría.
Pensada originalmente
como una serie televisiva de tres capítulos y 330 minutos de duración –y que
pudo ser vista hace varios meses en la televisión mexicana en HBO-, Assayas
realizó al mismo tiempo un segundo corte cinematográfico, de 140 minutos, que
es el que se está presentando en esta limitada y tardía corrida comercial/cultural.
Por supuesto, ya que esta versión tiene menos de la mitad del tiempo de la serie televisiva, hay grandes fragmentos en la carrera política/criminal de “Carlos” que han sido obviados – buena parte de la década de los 80’s, por ejemplo, han desaparecido.
Sin embargo, el retrato de “Carlos” y sus interminables contradicciones es prácticamente idéntico en las dos versiones. Estamos ante un ferviente revolucionario de izquierdas y, al mismo tiempo, un auténtico “bon-vivant”, hedonista y mujeriego; alguien que no dudaba en apretar el gatillo para matar a un traidor y que, sin embargo, podía tener la suficiente cabeza fría para saber cuándo echarse para atrás; un tipo tan consciente de su imagen que, al momento de ser detenido, iba a hacerse una liposucción. Un triste, ignominioso, pero bien merecido final: “Carlos” inició combatiendo el capitalismo; terminó combatiendo su enorme barriga.
Por supuesto, ya que esta versión tiene menos de la mitad del tiempo de la serie televisiva, hay grandes fragmentos en la carrera política/criminal de “Carlos” que han sido obviados – buena parte de la década de los 80’s, por ejemplo, han desaparecido.
Sin embargo, el retrato de “Carlos” y sus interminables contradicciones es prácticamente idéntico en las dos versiones. Estamos ante un ferviente revolucionario de izquierdas y, al mismo tiempo, un auténtico “bon-vivant”, hedonista y mujeriego; alguien que no dudaba en apretar el gatillo para matar a un traidor y que, sin embargo, podía tener la suficiente cabeza fría para saber cuándo echarse para atrás; un tipo tan consciente de su imagen que, al momento de ser detenido, iba a hacerse una liposucción. Un triste, ignominioso, pero bien merecido final: “Carlos” inició combatiendo el capitalismo; terminó combatiendo su enorme barriga.
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