Llamada para el Muerto
George Smiley, el compacto, solitario pero eficaz espía con cara de batracio creado por la pluma de John le Carré, apareció en Llamada para el Muerto (1961), la primera novela del funcionario del servicio exterior británico convertido en escritor. La trama de la novela, con algunos cambios cosméticos menores, fue llevada al cine unos años después con la producción y dirección del entonces ascendente cineasta neoyorkino Sidney Lumet. Se trata de Llamada para el Muerto (The Deadly Affair, GB, 1966), su décimo -y casi desconocido- largometraje.
Curiosamente, por alguna razón que desconozco, el nombre de George Smiley fue cambiado en la cinta por el de Charles Dobbs, aunque el resto de los personajes conservaron nombres y apellidos y la trama es básicamente la misma. ¿Consideró Lumet -o fue su guionista Paul Dehn- que el nombre de George Smiley era poco cinematográfico, que no encajaba en el mundo del espionaje fílmico? Si fue eso, se equivocaron: Smiley seguiría apareciendo en otras novelas posteriores de Le Carré -en cinco, el protagonista; en otras tres, como personaje secundario- y daría pretexto para cuatro filmes -uno de ellos a estrenarse a finales de este mismo año- y dos series televisivas británicas protagonizadas por Alec Guiness.
Llamada para el Muerto permanece fiel, en general, a la trama y los personajes de la novela de le Carré. El veterano espía Charles Dobbs (James Mason, nada menos) tiene el encargo de entrevistar a un miembro del servicio exterior que es acusado, anónimamente, de ser espía comunista. Dobbs habla con el susodicho, que se muestra como un hombre amable y tranquilo. Todo parece estár bien pero esa misma noche, el tipo se pega un tiro y acusa al Servicio Secreto británico de su muerte. Para Dobbs esto no tiene sentido y más sospechoso resulta todo cuando, al ir a entrevistar a la viuda (traqueteada Simone Signoret), descubre que el muerto le pidió a la central telefónica que lo llamara al día siguiente a las 8:30 de la mañana. ¿Por qué un hombre que se va a pegar un tiro le pide minutos antes a una operadora que le hable a la mañana del día siguiente?
Más allá de que la adaptación escrita por Paul Dehn respeta el tono escéptico y desencantado del libro de le Carré, de que los giros de tuerca de la novela se muestran limpia y claramente en el filme y de que, de manera astuta, el guión expande un personaje clave que en el libro apenas si aparece -la esposa ninfómana del cansado protagonista, interpretada por Harriet Andersson-, lo notable de esta película es, en realidad, la brillante puesta en imágenes planeada por Sidney Lumet, con todo y la elegante fotografía "pre-flashing" (es decir, suavemente colorida) del gran Freddie Young, cinefotógrafo de cabecera de David Lean.
En Llamada para el Muerto domina, sobre todo al inicio, las escenas en espacios cerrados y pequeños: oficinas burocráticas, departamentos clasemedieros, sórdidos pubs y teatros atestados. En estos escenarios, Lumet y su cinefotógrafo Young no sólo mueven la cámara con elegancia -dollies semicirculares que van cambiando el encuadre mientras los personajes se mueven de un lugar a otro- sino que encuentran posiciones ingeniosas -picados y contrapicados varios- que sirven, además, para subrayar dramáticamente lo que estamos viendo. En otros momentos -la escena en la que Dobbs/Smiley le grita a su jefe, por ejemplo-, Lumet echa mano de la añejísima técnica del tableau, tan usada en el cine silente europeo: la toma es extendida, la cámara se mueve poco, pero los actores se trasladan de un lado a otro del encuadre, de tal manera que se da un cruce constante entre ellos. Si a esto le agregamos el contraste de proporciones -Dobbs está en primer plano frente a nosotros, dándole la espalda a su jefe, que está al fondo del encuadre, de cuerpo entero y en plano general- tenemos entonces una película siempre interesante, por su propuesta dramática y, más aún, por su planteamiento del espacio fílmico y los elementos -objetos, fondo, personajes, colores- que aparecen en él.
Para acabar, una obra mayor que merece una revisada y que podría haber sido mejor si la banda sonora de Quincy Jones no diera tanta lata en momentos tan inoportunos. Ahí sí le falló la sensibilidad a Mr. Lumet.
Post-Scriptum: Me dice el colega Miguel Cane, por twitter, que Lumet no pudo usar el nombre de George Smiley porque Paramount ya tenía los derechos de ese nombre. La explicación era sencilla.
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