Dillinger -perdón, Warren Oates- en el cartel de la cinta.
Si uno afirma que Dillinger (EU, 1973) es la mejor película que ha dirigido John Milius, cualquier cinéfilo bien informado puede pensar, con razón, que en realidad eso no es decir gran cosa. Después de todo, Milius es más conocido por sus esporádicas colaboraciones guionísticas de prestigio (especialmente en Jeremiah Johnson/Pollack/1972 y Apocalipsis/Coppola/1979) y por sus producciones fílmicas y/o televisivas de cierto interés (productor ejecutivo de ¿Dónde Está Mi Hija?/Schrader/1979 y de la subvalorada slapstick 1941/Spielberg/1979, creador de la espléndida teleserie Roma/2005-2007). De hecho, en el terreno de la dirección cinematográfica, Milius es recordado, cuando mucho, sólo por el vehículo de presentación del Gobernator Conan, el Bárbaro (1982) y por una paranoica cinta bélica reaganiana (Jóvenes Defensores/Red Dawn, 1984) que será refriteada (¿y como para qué?) el año próximo.
Sin embargo, más allá de que Milius tenga una carrera fílmica, para decirlo amablemente, más bien floja, la realidad es que su opera prima Dillinger merece una desprejuiciada revisión, más aún ante el estreno de Enemigos Públicos (Mann, 2009), la más reciente versión de las aventuras delictivas del asaltabancos y "enemigo público número 1" John Dillinger (1903-1934).
Warren Oates... Ah, no: Dillinger
Milius lleva a cabo la crónica del apogeo y caída del más celebre delincuente del medio-oeste americano de inicios de los treinta con un estilo directo, crudo, realista, a través del cual somos testigos de varios asaltos, balaceras y enfrentamientos que terminarán en auténticos baños de sangre, con asaltantes, policías y civiles tirados en las calles. El montaje de algunas secuencias especialmente violentas -el asalto con el que inicia el filme, el fallido golpe en un pueblito de Iowa, la cacería de Dillinger y su banda por parte de los agentes federales dirigido por el legendario
G-Men Melvin Purvis (Ben Johnson)- está realizado con un vigor que no desmerce si se le compara con el de otros filmes similares de la época con los que claramente está emparentado
Dillinger, como
Bonnie y Clyde (Penn, 1967) y
La Pandilla Salvaje (Peckinpah, 1969).
Tratándose del Hollywood de los rebeldes años 70, es apenas obvio que el guión escrito por el propio Milius esté claramente del lado de los delincuentes -especialmente de Dillinger- más que de las fuerzas del orden, representadas por un autosuficiente agente del FBI Purvis que, con sus manos enfundadas en guantes, su enorme cigarro en la boca y sus relucientes armas automáticas, se hizo cargo de varios de los más peligrosos delincuentes de la época, algunos de ellos compañeros del propio Dillinger, como Pretty Boy Floyd (Steve Kanaly), o el psicopático Baby Face Nelson (un jovencísimo Richard Dreyfuss en su primer papel fílmico importante).
El retrato que no entrega Milius de Dillinger, bien encarnado por Warren Oates, no deja de ser, pues, inquietantemente empático, por más que se entienda que fue realizado en un momento histórico (Vietnam, la lucha por los derechos civiles, Watergate) en el que una buena parte del pueblo americano no tenía la mejor imagen de sus autoridades ni de la Ley. El Dillinger de Milius es, sin duda, un delincuente hecho y derecho que no tiene el mayor remordimiento por lo que hace pero, al mismo tiempo, se muestra como un tipo alegre, carismático, con sentido del humor y no particularmente sanguinario, pues se sabe que evitó, hasta donde pudo, derrarmar sangre en los asaltos que comandaba con seguridad y sangre fría.
Milius sigue de manera más o menos fiel la historia de John Dillinger y combina con una maestría innegable fotografías de la época -reales, fabricadas y manipuladas-, auténtico pietaje documental sobre la persecución de estos criminales y una cuidadosa ambientación de época que termina, en los créditos finales, con una provocativa humorada: escuchamos la voz en off de Edgar J. Hoover, el eterno director del FBI, quejándose del endiosamiento que ha hecho Hollywood de criminales como Dillinger, algo que él no puede aceptar... aunque nunca pudo evitarlo.
Comentarios
la que menciona carl no la vi de plano.
saludos | alón