Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXVII
El proyecto Florida (The Florida Project, EU, 2017), de Sean Baker. El sexto largometraje del consolidado cineasta indie Baker está centrado en una joven madre soltera y su ingobernable hijita de seis años, quienes sobreviven en en un motel de quinta, a tiro de piedra del Reino Mágico disneyano de Florida. Baker sigue a estos personajes a través de una serie de viñetas neo-neorrrealistas tanto en su precariedad más absoluta como en su libertad más contagiosa. Mi crítica en la sección Primera Fila del Reforma del viernes pasado. (***)
Doble amante, amante doble (L'amant double, Francia-Bélgica, 2017), de Francois Ozon. El más reciente largometraje del prolífico e inquieto Ozon es un thriller erótico-psicológico que bien podría haber sido una obra mayor en manos de Brian de Palma. De hecho, visualmente hablando, la cinta es un deleite, pues Ozon es incapaz de hacer ineptamente una puesta en imágenes. El problema es la historia, basada "libremente" -así dicen los créditos- en una novela de Joyce Carol Oates.
La joven exmodelo Chloé (Marine Vacth) sufre de continuos dolores en el vientre, pero después de innumerables estudios su ginecóloga llega a la conclusión que su padecimiento es psicosomático y le recomienda ver a otro tipo de especialista. Chloé empieza a tratarse con Paul Meyer (Jérémie Renier), un serio y muy profesional psiquiatra, con el cual empieza a sentir no solo cierto alivio de sus dolores, sino también algo más, hasta llegar a ser su noviecita (no tan) santa...
A partir de este momento, la historia da una serie de vuelcos argumentales que parecerían autoparódicos si no fueran interpretados/visualizados con toda la seriedad del mundo. El cinecritico Michael Koresky ha escrito con razón que la trama es digna de alguna película direct-to-video de los 90 -haga de cuenta de las que pasaban (¿o pasan?) en las Noches de Clímax de la televisión por cable-, lo que asegura que el asunto termine en el más completo de los ridículos pero, también, que sea compulsivamente entretenida. Solo la maestría visual de Ozon y el humor ¿involuntario? de la historia hizo que terminara de verla hasta el final. (-)
Marea humana (Human flow, Alemania-Estados Unidos-China, 2017), de Weiwei Ai. Este documental dirigido por el artista y disidente chino Ai es una ambiciosa cinta realizada en cuatro continentes, 23 países y con 25 equipos de filmación. Se trata de una necesaria y extenuante revisión de la crisis global de los refugiados, unas 65 millones de personas que han huido de sus países debido a las guerras civiles, los extremismos, la violencia, la miseria o hasta el calentamiento global.
Las cámaras de doce cinefotógrafos -entre ellos, la del gran Christopher Doyle- recorren desiertos, mares, costas, fronteras -entre ellas la nuestra con Estados Unidos-, además de ciudades destruidas, ciudades hechizas (es decir, campos de refugiados) y hasta cielos -pues es recurrente el drone-shot desde el aire- para entregarnos una crónica que se quiere totalizadora sobre la crisis de los refugiados, la respuesta -o la falta de ella- de la comunidad internacional y los múltiples retazos de vida que atestigua Weiwei Ai por aquí y por allá: el llanto de uno al recordar a sus muertos, las sonrisas alegres de unos chamacos, la refrescante trivialidad de unos que intercambian fotos de gatitos en el celular...
Sin voz en off informativa pero con innumerables cabezas parlantes (funcionarios, voluntarios, estudiosos, activistas, los propios refugiados) que contextualizan este drama interminable (¿e irresoluble?), Marea humana es, pues, un honesto y necesario filme testimonial. Ahora que, también para ser francos, los 140 minutos de duración de la cinta son excesivos, pues llega el momento que algunas cosas que vemos resultan repetitivas. Nadie duda de las buenas intenciones de Ai pero, para recordar a nuestra admirada Luz Alba, al artista y cineasta le hicieron falta unas... "¡tijeras, tijeras!". (* 3/4)
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