Guadalajara 2018: Largometraje iberoamericano de ficción: de gigantes/V
Dos cintas españolas en la competencia oficial de largometraje iberoamericano de ficción, las dos con un título en el que aparece la palabra "gigante", las dos lo suficientemente interesantes para que valga la pena la revisión, las dos con insuficiencias y/o excesos que terminan minando sus mejores resultados: Handia (España, 2017) y Los gigantes no existen (España-Guatemala, 2017).
Handia significa "gigante" en euskera y ese es el idioma (el vasco, pues) en el que está hablada la cinta, dirigida a cuatro manos por Jon Garaño y Aitor Arregui, quienes habían realizado antes la mucho más lograda Loreak (2014), co-dirigida por Garaño y José María Goenaga, y escrita precisamente por ellos tres -Garaño, Arregui y Goenaga-, también guionistas de Handia, con un cuarto colaborador en los créditos: Andoni de Carlos.
El filme es un buen ejemplo de un eficiente cine-de-papá, impecablemente realizado -fue nominado a 13 estatuillas en el Goya 2018 y ganó diez de ellas, aunque no el de Mejor Película-, pero finalmente asfixiado por sus solemnes ambiciones histórico-alegóricas.
La historia está centrada en un personaje real, un tal "gigante de Altzo", que nació a inicios del siglo XIX en tierras vascas. Dividida claramente en cinco episodios, la cinta sigue los ires y venires por toda Europa de dos hermanos, Martín y Joaquín Eleizegui (Joseba Usabiaga y Eneko Sagardoy), que cultivan un pedazo de tierra yerma bajo la mirada de su padre (Ramón Agirre). Pero estamos en 1836, en plena guerra civil carlista, y el ejército llega por uno de los muchachos para enlistarlo a la fuerza y el papá elige al mayor, Martín, dejando en la casa a Joaquín, el menor. Tres años después Martín regresa de la guerra con un brazo inútil para descubrir que su hermanito ha crecido tanto que ya pasa de los dos metros y sigue creciendo. Evidentemente, no pasa mucho tiempo para que un empresario se lleve a los dos hermanos a recorrer Europa, mostrando a Joaquín como un increíble fenómeno de feria que llegó a presentarse -por lo menos en la película- ante la adolescente Reina Isabel ("-¿Es retrasado?", "-No, es vasco").
Arañando las dos horas de duración, Handia se sostiene por lo atractivo de la historia y los espléndidos recursos de producción (intachables efectos especiales incluidos), pero la solemnidad simbólica de todo el asunto termina por asfixiar la progresión dramática de la cinta, que tiene sus mejores momentos en algunas escenas que parecen salidas de alguna cinta fantástica (esa reunión de gigantes en Inglaterra, por ejemplo). Es curioso, pero el cine de los vascos Garaño, Arregui y Goenaga ha resultado ser más valioso cuando ha permanecido más cercano al presente y la cotidianidad, como en En 80 días (2010) o la ya mencionada Loreak. Lo grandote no siempre es lo mejor.
En cuanto a Los gigantes no existen, coproducción hispano-guatemalteca realizada en el país centroamericano, se trata del quinto largometraje -pero segundo de ficción- del cineasta español Chema Rodríguez.
1982, en algún lugar del interior guatemalteco, en plena guerra civil. Andrés (José Javier Martínez) es un niño de 9 años que vive con Pedro y María (Rafael Rojas y Patricia Orantes), una pareja mayor que no parecen ser sus padres. ¿Serán sus tíos, sus padrinos, sus padres adoptivos? La relación del chamaco con el brusco Pedro y la perturbada María quedará clara poco a poco.
La cinta -basada en un hecho real- aspira a la memoria que es, al mismo tiempo, denuncia: el asesinato de 177 personas, muchos de ellos mujeres y niños, por el ejército guatemalteco en 1982. Algunos de estos niños fueron recogidos y criados por las familias de los propios verdugos, así que ya sabrá usted con quiénes vive Andrés. La cinta está realizada con funcionalidad y Rodríguez evita todo asomo de miserabilismo aunque tampoco puede -¿ni quiere?- resistir el bien conocido realismo magicoso latinoamericano. Eso sí, el desenlace le habría gustado a Fellini, lo que le hace ganar extras.
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