No respires
Al
inicio de No respires (Don’t
Breathe, EU, 2016), segundo largometraje del uruguayo hollywoodizado Fede
Álvarez (opera prima Posesión infernal/2013, remake no visto por mí del clásico gore El despertar del diablo/Raimi/1981), un
ladrón le dice a otro que robarle a un pobre ciego “está muy jodido”. El otro
ladrón contesta, simplemente, que por el hecho de que la víctima sea ciega, no
significa que sea una santa. (Buñuel, por cierto, estaría completamente de
acuerdo en esta afirmación).
El hecho es que este diálogo
resultará profético, pues cuando el trío de jóvenes ladrones Money (Daniel
Zovatto), su novia Rocky (Jane Levy) y el apocado amigo de ambos –más de ella-
Alex (Dylan Minnette) entren a la casa del cieguito en cuestión (Stephen Lang),
habrán caído en una trampa mortal, pues el invidente resultará un correoso
veterano de la Guerra del Golfo que, además de guardar varios cientos de miles
de dólares en algún lugar de su casa, también esconde algún otro secreto más. O
sea, no es ninguna blanca paloma.
El escenario social que plantean
Álvarez y su coguionista Rodo Sayagues es la de un barrio –más bien una ciudad
entera, Detroit- en estado crítico: casas semi-derruidas, cuadras abandonadas,
desempleo rampante. El sueño americano hecho trizas, protegido por alguna
agencia de seguridad y un feroz perro rottweiler para lo que se necesite.
Álvarez ha dirigido un buen thriller
con el mínimo de recursos dramáticos. Hay básicamente cuatro personajes –los tres
ladrones y el ciego-, un escenario –el laberíntico hogar del invidente sin
nombre-, un McGuffin –el dinero escondido en algún lado- y una motivación
sencilla que enfrenta a los dos bandos: de parte de los ladrones –especialmente
de Rocky, que terminará siendo, cliché obliga, la protagonista-, quedarse con
los cientos de miles de dólares; de parte del Ciego, evitarlo.
La simpleza del planteamiento está
compensada por la espléndida ejecución de Álvarez y su equipo: un diseño de
producción que dota de genuina y ominosa personalidad a la casa del veterano de
guerra, un perfecto manejo del sonido en el que cada pequeño ruido puede
detonar el siguiente ataque, una edición eficaz que nunca deja que perdamos la
orientación de lo que está pasando y, por supuesto, la presencia de Stephen
Lang como ese implacable ciego que no está dispuesto a que le quiten lo único
que le queda… y que no necesariamente es el dinero.
Comentarios
Fucking wankers, como dirían en Inglaterra...