Morelia 2014/VII
Al presentar su cuarto largometraje fuera de competencia en Morelia 2014, Manolo Caro comentó, palabras más, palabras menos, que su nuevo filme, Elvira, Te Daría Mi Vida pero la Estoy Usando (México, 2014) es otro paso para convertirse en el tipo de cineasta que quiere llegar a ser. Esperemos por su bien que no sea así, porque esta cinta es un claro retroceso en su carrera.
Más allá de lo que podamos decir de sus anteriores comedias, No Sé Si Cortarme las Venas o Dejármelas Largas (2013) y Amor de Mis Amores (2014), estas dos películas tenían un tono consistente y una realización funcional. Elvira... es, en contraste, un desastre irredimible. Partiendo de una premisa similar a Las Hadas Ignorantes (Ozpetek, 2001), he aquí que la guapa treintona ama de casa Elvira (Cecilia Suárez, tan irregular como su acento norteño que aparece y desaparece de escena a escena) descubre que su marido desaparecido Gustavo (Carlos Bardem, con perfecto acento mexicano) la engaña con un tal Adrián (Luis Gerardo Méndez), un joven compañero de trabajo. Desesperada, Elvira se da a la tarea de rastrear al marido y a su joven amante, quienes al parecer se fueron a Acapulco.
Además de los problemas de tono que tiene la cinta, que se tropieza entre la comedia desaforada y el melodrama telenovelero, el guión del propio Caro es una retahíla de inconsistencias y arbitrariedades. Un ejemplo entre tantos: Angélica Aragón aparece por ahí como la mamá de la tal Elvira, pero no tiene nada que hacer en todo el filme, a no ser dejar que su desesperada hija la deje colgada varias veces por teléfono. Vamos, ni siquiera Mariana Treviño es tan graciosa como acostumbra ser.
Pasando a mejores cosas, una de las logradas cintas de ficción de la sección oficial fue Hilda (México, 2014), opera prima de Andrés Clariond. Aunque el guión, escrito por el propio cineasta debutante, está basado en una pieza teatral homónima de la autora francesa Marie N'Diaye, Clariond deja caer por ahí una traviesa referencia cinefílica: la Hilda del título (notable Adriana Paz), la recién contratada nana del nieto de la ricachona Susana Le Marchand (Verónica Langer, extraordinaria), ve en la televisión Escuela de Vagabundos (González, 1955), aquella inolvidable comedia protagonizada por Pedro Infante en la que brilla especialmente Blanca de Castejón en el papel de la excéntrica -o de plano, medio loca- señora de la casa, que tiene la manía de recoger vagabundos para "rehabilitarlos".
La señora Le Marchand de Hilda no recoge vagabundos, pero su condescendiente bondad y su cualidad de "radical chic" del 68 -en su momento, estuvo en las manifestaciones estudiantiles- la emparentan con aquel personaje encarnado por de Castejón. Más aún, por la curiosa manera en la que habla -"Ay, nunca tuve había tenido Hilda"- pareciera que más que contratar, colecciona sirvientes. Así pues, cuando su único hijo Beto (David Gaitán) regresa de Estados Unidos con su esposa gringa (Anna Cetti) y su bebé de brazos, la señora Le Marchand contrata a Hilda, la esposa de su antiguo jardinero Francisco (Eduardo Mendizábal), para que se haga cargo del niño, aunque poco a poco queda claro que quien necesita de cuidado y atención es la señora y no el bebé.
No agregaré más en este comentario, porque parte del éxito de la opera prima de Clariond radica en ir descubriendo el tipo de relación que desea tener la señora con su criada, más allá de las clásicas tensiones tan bien retratadas en la reciete obra mayor La Nana (Silva, 2009). Es cierto que en la última parte de la cinta Clariond le exige al espectador cierto grado de suspensión de la credulidad, pero creo que el director y guionista se ha ganado con creces su derecho. El delirio hacia el que se desplaza la cinta, junto con su protagonista, la señora Le Marchand, apenas si puede creerse.
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