Después de Lucía
Ganador de la sección Una Cierta Mirada en Cannes 2012, ha regresado a la cartelera -en un ciclo de nominadas al Ariel 2013 en la Cineteca Nacional- Después
de Lucía (México-Francia, 2012), segundo largometraje del egresado de
Comunicación de la Iberoamericana Michel Franco (terrible opera prima Daniel y Ana/2009, protagonista de cierto comercial-de-pena-ajena
del Gobierno Federal calderoniano en el que se presumían los premios obtenidos
por el cine nacional).
La película ha sido
señalada como una descripción descarnada del bullying y así ha sido vendida,
pero la historia escrita por el propio Franco trasciende con mucho el tema,
pues explora otros asuntos menos obvios: la forma en la que se lidia (o no) con
la muerte de un ser querido, la búsqueda de la justicia convertida en venganza,
la inevitabilidad de la violencia cual deprimente reflexión hobbesiana. Ante la
ausencia de controles, esto es lo que puede hacer un grupo de chamacos y lo que
pueden hacer, también, los adultos.
La Lucía del título no
aparece en el filme, a no ser en algunas imágenes que Roberto (Hernán Mendoza,
con la apostura de un James Gandolfini nacional) y su hija adolescente
Alejandra (Tessa Ia) ven en la
computadora. Lucía murió en un accidente automovilístico en Puerto Vallarta,
mientras enseñaba a manejar a Alejandra. Ahora, el marido viudo y la muchacha
huérfana de madre han decidido cambiar de aires y han llegado a la Ciudad de
México, en donde quieren seguir con lo que queda de sus vidas: Roberto como
chef, Alejandra como estudiante de una exclusiva preparatoria privada. Una
serie de estupideces cometidas por
Alejandra y otra serie de bajezas cometidas por sus nuevos compañeros de
escuela convierten a la muchacha en víctima pasiva de una retahíla de abusos que,
increíblemente, van escalando sin que nadie se dé cuenta, sin que nadie
intervenga, sin que nadie vea algo extraño. Todo lo que sucede es “normal”…
incluyendo el desenlace.
Franco se muestra como
un cineasta en pleno control de sus recursos, sea por el impecable manejo tanto
de sus muy convincentes actores juveniles como del sorprendente Hernán Mendoza,
sea por la sobria puesta de imágenes -cámara de Chuy Chávez- que, a través de
esas cuidadosas tomas extendidas, se nos muestra el nivel de deterioro
emocional en el que se encuentra el padre viudo –el encuadre de la secuencia
inicial lo dice todo-, los alcances a los que pueden llegar unos cuantos
chamacos “jugando” a “joder” a la compañera inerme –la insoportable escena del
“pastel” de cumpleaños- y ese final –otra vez con una interminable toma
extendida- que aparece como el efecto lógico no del bullying, sino de la
¿inevitable? condición humana.
Comentarios
A mi me gustó mucho, de igual forma me pareció muy controlada y agradecí en especial que no cediera ante clichés o detalles telenoveleros-sentimentalistas-moralistas. La pelicula, a pesar de como te la venden, no pretende darte una lección sobre el bullying o regañarte, sino que simplemente se sirve de este tema para contar una historia.
Coincido con lo de los actores, y especialmente con la escena del pastel de cumpleaños, dificilísima.