53 Muestra Internacional de Cine/III



El Caballo de Turín (A Torinói Ló, Hungría-Francia-Alemania-Suiza-EU, 2011), noveno -y supuestamente último- largometraje del cineasta húngaro favorito de los festivales Béla Tarr -aquí compartiendo créditos como codirector por tercera ocasión con Ágnes Hranitzky-, parte de un cuento de Laszlo Kraznahorkai que, a su vez, recoge una anécdota que no sé si sea cierta o no. En enero de 1889, el filósofo Friedrich Nietzsche se topó en una calle de Turín con una escena que le resultó insoportable: un hombre dándole de latigazos a un testarudo caballo que no quería avanzar. Según la leyenda, Nietzsche detuvo la golpiza abrazándose al cuello del caballo, llorando. Nietzsche fue llevado a su casa, dijo algunas palabras y cayó en un mutismo demente en el que murió, una década después.
Esta anécdota es narrada al inicio del filme por una autoritaria voz en off que termina apuntando, con displicencia, que del caballo que provocó la locura de Nietzsche, "no sabemos nada". El Caballo de Turín cuenta esa historia. O, mejor dicho, la historia de sus dueños, un seco hombre maduro y barbado con su brazo derecho inmóvil (János Derzsi) y su hija todavía joven (Erika Bók), quienes (sobre)viven en una casucha en medio de la nada. 
Ohlsdorfer -así se identifica en los créditos el hombre- tiene como una posesión de cierta valía ese viejo caballo -una yegua, en realidad- que ya no quiere salir a trabajar, que ya no quiere comer, que ya no quiere tomar agua. No se trata de una maldición ni de una parabóla apocalíptica, por más que enloquecedor ulular de El Viento (Sjöström, 1928) sugiere una especie de castigo divino por algún pecado cometido por los insignificantes humanos, representados por los miserables padre e hija que vemos en pantalla.
El rigor formal de Tarr con sus magníficos planos secuencia en exteriores y/o interiores -yo conté 30 tomas en toda la película, sin contar lo intertítulos; la más corta de ellas de 2'33''; la más larga de 7'19''- encaja a la perfección con lo que vemos en pantalla, incluso de una manera más orgánica que en su anterior filme, El Hombre de Londres (2007). La virtuosa cámara en blanco y negro de Fred Kelemen sigue en sus asfixiantes rutinas durante seis días a padre e hija: se levantan al alba, ella lo viste a él, se toman un trago de "palinka" para despertar, ella va por agua a un pozo que se encuentra a unos metros de la casa, comen una papa cocida con sal, ven el yermo paisaje castigado por el invencible viento sentados frente a la ventana, duermen y se despiertan y la rutina vuelve a iniciar. Apenas hablan padre e hija pero, ¿de qué podrían hablar? ¿De la yegua que ya no quiere salir a trabajar? ¿Del pozo que se seca misteriosamente de un día para el otro? ¿De la papa cruda que tienen que masticar en el desenlace porque ya ni agua tienen para cocerla? Las palabras del padre, al final, lo dicen todo: "ya trataremos mañana". Aunque mañana no sea otro día sino el mismo. O, incluso, peor. 

El Caballo de Turín se exhibe hoy domingo en la Cineteca Nacional a las 15:15 y 20:15 horas.

Comentarios

Christian dijo…
Yo la vi ayer. Me pareció como la Insoportable Levedad de la Rutina o Groundhog Day meets Tio Boonmee (por lo parsimoniosa)

Pero hey si uno se mete a ver a Bela Tarr y sale mentando madres de quien es la culpa? De Tarr? No way' y menos en esta epoca de tanta informacion, internet y esas cosas no?

Los planos secuencia son verdaderamente extraordinarios, sobretodo uno que ocurre al inicio donde llega el dueño del caballo y lo meten al establo y la camara entra y sale por dos puertas diferentes y luego los sigue hasta la casa.

Lo que si esta mega perturbador es la condenada musiquita que suena durante casi toda la pelicula, dan ganas de volverse loco tal como lo hiciera Nietzsche... Jajaja

Ah y otra cosa, alguien entendio de que carajos estaba hablando el vecino que llega por palinka? Yo no...

Saludos
Champy dijo…
Me has contado un fin muy.....ripsteniano....concretamente he pensdo en la Japonesita, cuando al final le dice a..... repasalo. jejeje

2046
Christian dijo…
La secuencia cuando vemos comer al señor su papa por primera vez es tremenda...

Bueno toda la pelicula es tremenda
Tyler: Interesante ese monólogo. No tanto por lo que dice sino cómo lo calla el papá: "ya no digas tantas babosadas", le dice -bueno, no exactamente, pero eso es la idea. Pareciera un mensaje para los críticos que buscan sobre-explicar una cinta que, en el fondo, no tiene nada de compleja.

Champy: Cierto. Un diálogo final casi idéntico.
Rackve dijo…
Es cierto que es una película muy "bella" visualmente, como apuntan muy bien, lo que destaca a Belá Tarr son esos planos secuencia, también es una película muy deprimente (lo que si se antoja es la papa cocida con sal) que si por algún motivo, estás mal emocionalmente, al terminar de verla, seguro vas y te avientas del primer puente que encuentras.
Pero no es la gran película que llaman algunos.

¿No es una película apocalíptica?
Rackve: No la veo como una cinta apocalíptica. Es decir, no se trata del fin del mundo sino de una vida dura, complicada, asfixiante, la que tienen padre e hija. Y, bueno, no es la gran cinta de la Muestra. Para mí, esa es Misterios de Lisboa. Qué chulada de película. Qué haz de relatos. Qué manejo de la cámara. Qué pena que Ruiz haya muerto.
Unknown dijo…
Tratar mañana, porque de eso se trata, como siempre

O no llegar nunca, como ripsteineanamente cuenta un amigo que resumió su madre luego de arrastrarlo horas y horas, junto con otras señoras y otros niños, por el Centro Histórico de los primeros años sesenta: ¿Cuándo vamos a llegar? Nunca niño, nunca

Todo viene a cuento porque anoche, en mi persecución inútil de la experiencia Tarr con ese espíritu de Muestra que se apodera de uno a fin de año (la primera vez acabé viendo El Precio del Mañana; la segunda, anoche, y por equivocación, lo juro, Pastorela, nada menos que en el centro histérico que es Plaza Carso) NUNCA LLEGUÉ, pero sigo salivando, esperando, queriendo ver

Cosas del cine
Fritzio: Hay que perseverar, qué remedio.

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