El cine que no vimos/XXIII
Cuando regresé de Guadalajara 2010, me prometí empezar a revisar al cineasta filipino Brillante Mendoza que, para efectos prácticos, permanece completamente desconocido en México. Su cine se ha visto, acaso, en algunos cineclubes y en los respectivos discos de importación pero, fuera de esas excepciones, Mendoza sigue inédito en nuestro país.
La promesa de la que escribí en el párrafo anterior se debió a que en Guadalajara vi Kinatay (2008) -como lo reseñé aquí- y quedé tan impresionado por la cinta que decidí darle una oportunidad a este nuevo genio -o farsante, dicen algunos- de la cinematografía mundial. Así que este fin de semana futbolero vi, arrebiatadas (así dicen en el rancho), varias cintas de Mendoza. Acaso la mejor de todas resultó ser Kaleldo (2006), su segundo largometraje, un melodrama familiar/femenino con una estructura muy convencional, pero una ejecución fresca y vigorosa, y un discurso tan intrigante como contradictorio.
Kaleldo está ubicada en la provincia filipina de Guagua e inicia con la calurosa boda de Grace (Juliana Palermo), la hija menor de Rudy (Johnny Delgado), un viejo artesano viudo que ha criado a sus hijas con amor pero también con rigor y hasta con violencia. Grace se ha casado con Conrad (Lauren Novero), un muchacho de una familia mucho más rica y prominente, que ve con nariz respingada las rústicas costumbres de sus nuevos parientes políticos. Después de hacer la caótica crónica de la boda y de presentarnos a las otras hijas de Rudy, la estoica y sufrida lesbiana Jesusa (Cherry Pie Picache) y la guapa malcasada Lourdes (Angel Aquino), Mendoza y su coargumentista Boots Agbayani Pastor dividirán la trama en tres episodios -"Viento", "Fuego" y "Agua"-, centrados en cada una de las hijas.
En el primero, veremos la dificil adaptación de Grace a su vida de casada/arrimada con una familia que la ve como poco menos que una molestia necesaria. En "Fuego", seremos testigos de la infidelidad de Lourdes, quien se siente abandonada por su apocado marido Andy (Allan Paule). Y, finalmente, en el tercer segmento del filme, la lesbiana hija mayor, Jesusa, sacrificará el amor que siente por su joven pareja Weng (Criselda Velks), ya que Lourdes ni su papá ven con buenos ojos esa relación.
Hay una contagiosa vitalidad en este acercamiento a esta clasemediera familia filipina. El costumbrismo turístico cede ante un interés que se siente genuino en los personajes y en sus dilemas. La última parte, la centrada en Jesusa es de lejos la mejor y, también, la más problemática.
Durante buena parte del filme hemos visto como el egoísta páter-familia Rudy maneja a sus hijas a su antojo: pone sus condiciones, grita, sermonea y hasta golpea cuando cree necesario. Es una suerte de señor Cataño (cf. Una Familia de Tantas/Galindo/1948) sólo que sin la personalidad de Fernando Soler. Y, sin embargo, queda claro también que, independientemente de esa violencia verbal y/o emocional, al lado de ese maltrato abusivo, también hay un amor imposible de doblegar. Un amor del viejo enfermo hacia sus hijas y de ellas -especialmente de la despreciada Jesusa- hacia él.
Por eso, el desenlace deja ese encontrado sabor de boca: Mendoza nos lo vende como una especie de idílico final feliz pero, de verdad, ¿Jesusa será feliz al haber renunciado a todo lo que quería, a todo lo que amaba? ¿Y para qué?: ¿para serle fiel al recuerdo de su padre y llevarlo como una indeleble cicatriz en el alma?
La promesa de la que escribí en el párrafo anterior se debió a que en Guadalajara vi Kinatay (2008) -como lo reseñé aquí- y quedé tan impresionado por la cinta que decidí darle una oportunidad a este nuevo genio -o farsante, dicen algunos- de la cinematografía mundial. Así que este fin de semana futbolero vi, arrebiatadas (así dicen en el rancho), varias cintas de Mendoza. Acaso la mejor de todas resultó ser Kaleldo (2006), su segundo largometraje, un melodrama familiar/femenino con una estructura muy convencional, pero una ejecución fresca y vigorosa, y un discurso tan intrigante como contradictorio.
Kaleldo está ubicada en la provincia filipina de Guagua e inicia con la calurosa boda de Grace (Juliana Palermo), la hija menor de Rudy (Johnny Delgado), un viejo artesano viudo que ha criado a sus hijas con amor pero también con rigor y hasta con violencia. Grace se ha casado con Conrad (Lauren Novero), un muchacho de una familia mucho más rica y prominente, que ve con nariz respingada las rústicas costumbres de sus nuevos parientes políticos. Después de hacer la caótica crónica de la boda y de presentarnos a las otras hijas de Rudy, la estoica y sufrida lesbiana Jesusa (Cherry Pie Picache) y la guapa malcasada Lourdes (Angel Aquino), Mendoza y su coargumentista Boots Agbayani Pastor dividirán la trama en tres episodios -"Viento", "Fuego" y "Agua"-, centrados en cada una de las hijas.
En el primero, veremos la dificil adaptación de Grace a su vida de casada/arrimada con una familia que la ve como poco menos que una molestia necesaria. En "Fuego", seremos testigos de la infidelidad de Lourdes, quien se siente abandonada por su apocado marido Andy (Allan Paule). Y, finalmente, en el tercer segmento del filme, la lesbiana hija mayor, Jesusa, sacrificará el amor que siente por su joven pareja Weng (Criselda Velks), ya que Lourdes ni su papá ven con buenos ojos esa relación.
Hay una contagiosa vitalidad en este acercamiento a esta clasemediera familia filipina. El costumbrismo turístico cede ante un interés que se siente genuino en los personajes y en sus dilemas. La última parte, la centrada en Jesusa es de lejos la mejor y, también, la más problemática.
Durante buena parte del filme hemos visto como el egoísta páter-familia Rudy maneja a sus hijas a su antojo: pone sus condiciones, grita, sermonea y hasta golpea cuando cree necesario. Es una suerte de señor Cataño (cf. Una Familia de Tantas/Galindo/1948) sólo que sin la personalidad de Fernando Soler. Y, sin embargo, queda claro también que, independientemente de esa violencia verbal y/o emocional, al lado de ese maltrato abusivo, también hay un amor imposible de doblegar. Un amor del viejo enfermo hacia sus hijas y de ellas -especialmente de la despreciada Jesusa- hacia él.
Por eso, el desenlace deja ese encontrado sabor de boca: Mendoza nos lo vende como una especie de idílico final feliz pero, de verdad, ¿Jesusa será feliz al haber renunciado a todo lo que quería, a todo lo que amaba? ¿Y para qué?: ¿para serle fiel al recuerdo de su padre y llevarlo como una indeleble cicatriz en el alma?
Comentarios
Comentario completamente fuera de tema: qué bien te quedó tu nueva plantilla; sobria y elegante.
Saludos
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La neta sí se ve más chilo. Aunque nunca terminé de entender la razón del primer cambio, porque a mí me salía bien la página tanto en Explorer como en Firefox.