Plácido
Plácido (España, 1961), sexto largometraje del maestro Luis García Berlanga, representó un nuevo impulso para la carrera del cineasta valenciano, quien había permanecido cuatro años sin dirigir debido a los problemas que tuvo con la censura eclesiástica/franquista por su anterior filme, Los Jueves, Milagro (1957). Plácido fue el regreso de García Berlanga al set como director y, además, acompañado con quien sería su argumentista de cabecera de ahí en adelante: Rafael Azcona.
Azcona había llamado la atención de la crítica por sus argumentos escritos para Marco Ferreri en los clásicos de humor negro El Pisito (1959) y El Cochecito (1960) y el propio García Berlanga había declarado su admiración por este par de cintas. La colaboración entre el cineasta y el argumentista era natural: los dos compartían una desencantada visión del mundo, un rechazo directo a toda muestra de religiosidad y un humor chocarrero, feroz y no pocas veces cruel.
Estamos en Burgos, siguiendo los ridículos afanes de una decena de personajes, incluyendo al Plácido del título (Cassen), un pobre diablo que de principio a fin busca completar el dinero que necesita para pagar la letra de su transporte, so pena de enfrentar multas y recargos. Plácido tiene mucho trabajo ese día: en su desvencijado moto-carro, trae de aquí para allá a todo mundo, pues Burgos está revolucionado. Gracias al generoso patrocinio de "Ollas Cocinex" y de las ínclitas fuerzas vivas de la ciudad, ha surgido la cristiana iniciativa de, en plena Nochebuena, invitar a un mendigo a cenar a la casa quien, además, será acompañado por alguna rutilante estrella proveniente de Madrid.
La sátira inicia disparando a los blancos más visibles, como las infaltables "damas mejoradoras" griffithianas que parecen salir de un sketch de Monty Python ("Recojan a su pobre", "¿Qué quiere llevar a su casa, anciano o pobre de la calle?"), pero muy pronto los dardos del aegumento de Azcona y García Berlanga vuelan hacia otras direcciones, dando en el blanco siempre: hacia el ridículo "primer actor" que nadie quiere llevar a cenar a su casa ("¡Pero si yo estoy condecorado!"), hacia el desesperado y cornudo organizador Quintanilla (el gran José Luis López Vázquez) que ruega a un grupo de músicos más enjundia ("Alegría... y un poco de más afinación, si es posible"), hacia la propia familia pobretona de Plácido que no se ve a sí misma como jodida aunque lo está ("Ese desfile es pa' los pobres"), hacia el comportamientos de todos los involucrados incluyendo los desposeídos ("Por una noche seamos hermanos y generosos") y, por supuesto, hacia los ritos religiosos sagrados como primer y último reducto de la hipocresía (¡esa boda in extremis entre dos viejitos jodidos que vivían en amasiato!).
En Plácido vemos a un García Berlanga dueño de un estilo que depurará un par de años después en su obra maestra El Verdugo (1963): uso de tomas largas con la cámara fija o moviéndose elegantemente -yo conté un total de 24, con duración de uno a tres minutos- en el estilo que David Bordwell ha bautizado como tableau. Así, la mordacidad de los diálogos y el negrísimo humor casual de algunos shots (¡ese perro faldero comiendo a la mesa junto con el pobre de esa casa!) se empatan con el rigor de la puesta en imágenes y de la propia estructura argumental, pues nunca perdemos de vista los problemas que cada uno de los personajes enfrenta, sea la letra que no es pagada por Plácido, sea la sospecha de Quintanilla de que su novia Martita (Mari Carmen Yepes) le está haciendo la lucha a un actorcete llegado de Madrid, sea el cobro "a lo chino" por parte del hermano de Plácido (Manuel Alexandre), sea el muertito con el que tiene que lidiar un exasperado dueño de casa hacia el final.
En esta sociedad cruel y deshumanizada retratada por Azcona y García Berlanga, ni siquiera en Nochebuena puede encontrarse un momento de paz porque, como dice el villancico "Romance del Niño Perdido" que se escucha en el desenlace, "en este mundo/ya no hay caridad/ni nunca la hubo/ni nunca la habrá". Y amén.
Comentarios
Como siempre, si, un abrazo
Joel: Éjele que la sopa se enfrió. Que siempre no la van a servir.