El Código Enigma
El cuarto largometraje -y primero
británico-hollywoodense- del noruego Morten Tyldum se beneficia de una
fascinante historia que era difícil echarla a perder. Sucede que en plena Segunda Guerra
Mundial, el gobierno británico reunió un equipo de científicos, matemáticos y
especialistas en inteligencia en Bletchley Park, Inglaterra, con el fin de
resolver El Código Enigma (The Imitation Game, EU-GB, 2014).
La susodicha máquina
"enigma" era un aparato creado por el ejército alemán para codificar
sus mensajes y hacerlos ininteligibles. El aparato de marras era indescifrable:
el número de combinaciones posibles era algo así como 159 a la 18. Y peor aún:
"Enigma" se reiniciaba cada 24 horas, así que cuando la inteligencia
británica empezaba a entender como codificaba el armatoste nazi, el tiempo había terminado. Es decir, había que
empezar de cero al día siguiente.
Un día de 1939 llega a Bletchley Park un
joven matemático de 27 años, autor de un ensayo llamado "The Imitation
Game". El tipo, Alan Turing (Benedict Cumberbatch), compensa sus escasas
dotes sociales -según la película, Turing es un Asperger no diagnosticado- con
un talento y una determinaciones notables, que llevan a Churchill a convertirlo
en cabeza del equipo. Al final de cuentas, Turing encuentra la solución al
enigma de Enigma: si un ser humano es incapaz de intervenir a una máquina, ¿por
qué no crear una máquina que sí sea capaz de hacer ese trabajito?
El título en inglés, "The Imitation Game"
se refiere, como ya lo anoté, al título de un ensayo escrito por Turing pero tiene
más de un sentido: la máquina que crea el matemático es una suerte de
proto-computadora que "imita" el comportamiento de "Enigma"
y por eso es capaz de descifrarla. Además, ya que Turing es incapaz de tener
una vida social normal -características del Síndrome de
Asperger-, tiene que aprender a ser como los otros, es decir, tiene que aprender a
imitarlos, como le enseña su amiga-compañera-colega-prometida Joan Clarke
(Keira Knightley).
Esta historia en sí misma ya es
interesante, pero hay otro elemento más, que una versión anterior -la
llamada simplemente Enigma (Apted, 2001) con Dougray Scott y Kate
Winslet, en (más o menos) los papeles de Cumberbatch y Knightley- dejó de lado.
Me refiero a la homosexualidad enclosetada de Turing, que llevó al matemático a
ser condenado por sodomía en 1952 -en esa época, la homosexualidad seguía
siendo un delito en la Gran Bretaña-, a que él optara por la castración química
para evitar ir a la cárcel y que termina suicidándose en 1954, a los 41 años de
edad. La paradoja, no por ser obvia, es menos trágica: el encargado de
descubrir los secretos del ejército nazi tenía que mantener oculta su propia
inclinación sexual para evitar no solo la condena moral sino la cárcel misma.
La estructura narrativa de la película es
muy convencional: en el presente de 1952, un policía muy celoso de su deber
(Rory Kinnear) investiga al profesor Turing, pues le parece raro que no haya
denunciado un allanamiento en su casa -y por supuesto, Turing no denunció ese aparente delito,
porque no hubo allanamiento ni robo: fue un problema que tuvo con un joven
amante. Así pues, el Turing de 1952 le cuenta al cuico -y a nosotros- quién es,
qué hacía durante la Segunda Guerra Mundial y por qué su archivo personal es secreto y no
puede ser leído por nadie, ni siquiera por ese competente policía. De esta
manera, del "vergonzoso" presente de Turing vamos al pasado glorioso
en la Segunda Guerra y, también, a su pasado juvenil, cuando descubre su identidad
homosexual a través del amor que siente por un compañero de clase.
Estamos ante una biopic decente,
impecablemente producida, con un buen reparto -por ahí aparecen, además, el
infalible Charles Dance como un militar ojete y Mark Strong como el oscuro jefe
del MI6- y con una historia fascinante (casi) desconocida por el gran público.
Por supuesto, en el camino es claro que se ha torcido de alguna manera la
historia real -Turing no inventó la computadora, el código Enigma fue
descifrado no solo por él-, pero habría que anotar que los hacedores de esta
cinta no niegan la inclinación sexual de su protagonista -como sí lo hicieron
los creadores de Una Mente Maravillosa (Howard, 2001), por ejemplo- sino que,
por el contrario, esa "perversión", severamente castigada hace 60 años, termina convertida en la justificación moral para la existencia del propio filme.
Por lo mismo, una leyenda nos informa, cuando la película ha terminado, que la
Reina Isabel otorgó, por sus servicios al imperio, el perdón a Alan Turing...
en 2013. Al parecer, no había prisa por hacerlo.
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