El Hombre de Mimbre
La Cineteca Nacional ha iniciado en estos días un ciclo titulado "Gótico: el lado oscuro del cine", formado por filmes gótico británicos y en la lista no podía faltar la cult-movie El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, GB, 1973).
Si el lector no puede ver la película en pantalla grande, el está disponible en un espléndido DVD de Región
4 que ofrece como extras
varios trailers, una entrevista televisiva de los años 70 con
el protagonistas Christopher Lee y el director Robin Hardy, y un buen
documental de media hora de duración, The Wicker Man Enigma, que relata las
vicisitudes de una película que fue negligentemente echada a un lado por sus
propios productores pero que terminaría convertida en filme de culto debido a
su continua exhibición en los auto-cinemas de Estados Unidos.
Dirigida con mano firme
por Roger Hardy y escrita por el buen guionista Anthony Shaffer (guión del
Frenesí/1972 hitchcockiano y de varias adaptaciones de novelas de Agatha Christie), El Hombre de Mimbre es una brillante mezcla de thriller detectivesco, cinta de horror y
filme de “soft-porno”.
A una pequeña isla situada alejada de las costas de
Escocia llega un estirado policía, el sargento Howie (Edward Woodward), a
averiguar la supuesta desaparición de una niña. Howie se encontrará con una
sociedad pagana que ha enterrado –para horror del devoto oficial- todo rastro del
cristianismo para regresar a adorar a las arcaicas deidades celtas de la
fertilidad. Dirigida por el excéntrico Lord Summerisle (Christopher Lee,
perfecto), la sociedad isleña con la que se topa Howie educa a sus niños en los
significados de los símbolos fálicos, tiene una festividad relacionada con el
Sol y, en un momento dado, pareciera que buscan sacrificar a un ser humano (¿a
la niña perdida?) para recobrar la gracia de sus dioses.
Woodward está formidable
como ese policía mojigato que presencia con turbación apenas controlada la
exaltación sexual en la que viven esos misteriosos isleños que los lleva a
hacer orgías a plena luz de luna o a provocar a nuestro moralísimo héroe a
golpe de danzas eróticas (¡esa escena con la guapísima sueca Britt Ekland
bailándole desnuda a Howie en la habitación contigua!). El desenlace es perturbador en más de un sentido: por su crueldad, es cierto, pero
más todavía porque la cinta se puede leer como una perversa alegoría
contracultural hecha en los muy reventados años 70.
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