
Le Silence de la Mer (Francia, 1947), opera prima de Jean-Pierre Melville (1917-1973), es una precoz obra mayor que marcaría algunas tendencias del cine que realizaría posteriormente el insoslayable director parisino. El filme, hecho en condiciones precarias y dándole la espalda a la industria fílmica francesa de la posguerra, dejaría una influencia notable en la obra de la generación cinematográfica que precede a Melville, especialmente en el cine de Truffaut y Godard.
Melville, veterano de la Segunda Guerra Mundial, pensó en hacer Le Silence de la Mer desde que estaba en la Resistencia. El filme está basado en el relato homónimo escrito por Vercors, un texto que fue publicado en la clandestinidad, en plena ocupación alemana. La trama, adaptada fielmente por el propio Melville, está centrada en la relación de un teniente alemán con sus caseros a la fuerza: un sereno anciano francés y su bella sobrina, una jovencita seria, silenciosa, estoica.
El oficial alemán Werner von Ebrennac (Howard Vernon) dirige un destacamento que se encuentra en 1941 en algún lugar de la campiña francesa. Un viejo francés sin-nombre (Jean-Marie Robain) no puede evitar que el teniente von Ebrennac tome una de las habitaciones vacías de su acogedor y viejo caserón pero, como indeclinable patriota que es, ha decidido no hablarle al invasor. Su sobrina (Nicole Stéphane) piensa igual. Así, el militar de mediana edad, de rostro digno, ojos vivaces y cojera apenas perceptible, llega a su "pensión" cada noche, le habla respetuosamente a sus silenciosos caseros y, sin esperar respuesta alguna, empieza a hablar en voz alta, a veces dirigéndose a ellos, a veces dirigiéndose a sí mismo. La ocupación es mala, acepta, pero de ese hecho terrible podría salir algo positivo: el "matrimonio" entre la fuerza alemana y el espíritu francés. Alemania necesita de Francia y el país de Goethe tiene que ser paciente y ganarse palmo a palmo, poco a poco, con respeto y admiración, a la Francia de Racine, de Voltaire, de Victor Hugo, de Molière...
El oficial germano dista mucho de ser un atrabiliario guerrero. Al contrario: el tipo es un humanista. Un idealista. Un músico. Un compositor que busca crear una melodía genuinamente humana -Bach es "inhumano", en el mejor sentido del término, afirma. Los monólogos del teniente von Ebrennac se van sucediendo noche tras noche. Del imperturbable viejo francés no logra una palabra. Cuando mucho, alguna mirada de soslayo. De la joven mujer, ni siquiera eso: mientras el tipo da su cátedra nocturna de literatura o de música, mientras confiesa su admiración por la inagotable Francia, mientras se abre emocionalmente recreando algunos recuerdos juveniles y amorosos, la muchacha fija su mirada, tercamente, en el tejido que está haciendo.
Sin embargo, sin querer, contra sus propias voluntades, el anciano francés y su bella sobrina de ojos claros, empieza a ser atraídos por el entusiasmo y la sinceridad del alemán. El tipo no puede estar mintiendo. De verdad quiere a Francia, de verdad lamenta la ocupación, de verdad desea que esa tragedia termine rápidamente para que Alemania y Francia puedan unirse y cambiar la faz de Europa. Es evidente, también, que el teniente alemán, al ver insistentemente a la muchacha, está deseando otro tipo de unión menos abstracta, menos metafórica. El hombre empieza a conquistar a sus caseros. Y, por supuesto, nos empieza a conquistar a nosotros. Pero, el sueño del teniente von Ebrennac será solamente eso: un sueño. Un viaje realizado a París lo despertará violentamente.
Le Silence de la Mer fue realizado por Melville fuera de la industria fílmica y su sindicato. Como el joven cineasta no tenía antecedentes ni influencias de ningún tipo, le fue negada su entrada al sindicato, por lo que se lanzó a realizar la cinta con un equipo "no profesional", en la propia casa del escritor del relato, Vercors, y con la invaluable colaboración de quien se convertiría en uno de los más grandes cinefotógrafos de su generación, Henri Decaë. Le Silence de la Mer, el libro, era considerado un texto casi sagrado por la Resistencia, así que Vercors accedió a que fuera adaptado a la pantalla grande con la condición de que el filme fuera juzgado por varios miembros prominentes de la Resistencia. Una restricción más para Melville: a los aprietos profesionales, sindicales y económicos, había que sumar la sombra vigilante del autor del texto original.
El resultado final no muestra ninguno de estos problemas. En efecto, la película permanece fiel a la estructura narrativa del texto y los monólogos del oficial germano, hasta donde entiendo, pasaron directamente de la página del libro a la pantalla grande, pero el tratamiento visual de Melville y su fotógrafo Decaë es estricta y puramente cinematográfico. Quien diga que Le Silence de la Mer es teatro (o, peor aún, radio) filmado, no sabe de cine.
Los diálogos son prácticamente inexistentes. La voz en off del anciano francés abre la cinta, ubicándonos en el contexto histórico/geográfico de la trama. Cuando aparece el teniente alemán en la puerta de su hogar, es también el viejo observador quien describe sus sentimientos y los de su sobrina ante el invasor. La única voz que se escucha es la del propio militar germano en sus fascinantes y apasionadas peroratas sobre la naturaleza, el invierno, la música de Bach, la literatura francesa, el mito de "La Bella y la Bestia", o la nueva Europa que nacerá después que finalice el horror de la guerra. Del viejo y de la muchacha sólo escucharemos, de hecho, un par de líneas: "entre, por favor", del anciano, cuando finalmente da su anuencia para que el militar entre a la sala; y el trágico y doloroso "adiós" que musita la muchacha, en primer plano, ante la partida del alemán.
Lo mejor de La Silence de la Mer está confinado en las cuatro paredes de esa pequeña sala en la que el viejo y la jovencita comparten el calor de la chimenea con su idealista invasor. La puesta en imágenes de Melville es la de alguien que conoce y domina, intuitivamente, el arte del encuadro fílmico. La primera imagen del teniente von Ebrennac, en el quicio de la puerta, iluminado en contrapicada, parece la de un siniestro ser que ha venido a destruir todo lo que se encuentra a su alrededor. Cuando parece evidente que no es así, que el hombre es un romántico abjura de la violencia, la cámara de Decaë y el montaje de Melville-Decaë nos muestra la relación visual del alemán con sus reticentes caseros. Cada objeto del encuadre tiene un papel que jugar: los muebles apretujados, el fuego de la chimenea siempre encendido, los libros en los estantes, el tejido de la mujer, la pipa del anciano... La cámara no se mueve mucho: el montaje de los planos generales de la habitación con los primeros planos de los tres personajes se suceden magistralmente mientras escuchamos la voz exaltada del militar o las reflexiones en off del anciano.
Melville dijo alguna vez que al privilegiar la palabra y darle la misma importancia que la imagen, estaba en busca de un equivalente fílmico de la ópera. Los monólogos del alemán y las reflexiones del anciano están acompañados de una puesta en imágenes cuidadosamente preparada: contrapicados wellesianos que dejan ver el techo real de la locación, impresionista uso de la iluminación al aislar las manos de la mujer mientras teje frenéticamente al lado de la chimenea, juego de espejos a través del cual el oficial ve al anciano en su cuartel general, fuego regenerador que rodea el rostro emocionado de von Ebrennac al compartir sus sueños de una nueva Europa...
La película no carece de problemas. La música original de Edgar Bischoff interfiere demasiado con la trama, especialmente al inicio de la cinta, y la escena final, en la cual von Ebrennac confiesa a sus caseros que sus sueños han sido destruidos, es algo repetitiva y roza el mal melodrama. Pero, vamos, estamos ante la obra de un debutante de poco más de 30 años de edad. Muy poco tiempo después haría su primera obra maestra irrebatible. Le Silence de la Mer se quedó a un tris de serlo.
Comentarios
Supongo que va para mi ciclo ¡Me muero bichi! que estoy por arrancar, con los respectivos reportes en el blog, como lo anuncié en Twitter.
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A ver, ambos dos: ya abrí mi cuenta y hasta ahorita no le veo mayor beneficio que el del correo electrónico, del cual ya tengo uno muy bueno en gmail. No aseguro continuar por mucho tiempo...
"... estamos ante la obra de un debutante de poco más de 30 años de edad. Muy poco tiempo después haría su primera obra maestra irrebatible. Le Silence de la Mer se quedó a un tris de serlo."
La problemática que presentó esta película y que le acompañó con Le Enfants (otra vez el autor del texto adaptado sobre él, pero a diferencia de esta primera vez, aquel no lo dejó ni a sol ni sombra y hasta le peleó su autoría), se dice que lo obligó a re-evaluar su futuro. Y bueno, de ahí que esa etapa primera que trataba sobre la Francia de la Guerra o de la post-Guerra, más personal y real quedó en el olvido en pos de una carrera decantada por la mitificación de esas figuras ramplonas a veces llamadas "gangsters"... Pero el problema de Melville es que sus películas, comercialmente hablando, eran, entonces, unos ladrillotes. Por tanto, siempre opacado por otros cineastas más "espectaculares" (recuerdo lo que aconteció con su Bob El Jugador y con Rififi o con el mismo Carterista), y de ahí su "corta carrera cinematográfica"... 13 películas, cada una con su problemática producción a cuestas, son pocas, definitivamente...
¿Pero qué hubiera pasado si en lugar de migrar al film noir, se hubiera quedado, contra viento y marea, en esta sintonía? Si lo sucedido con Le Enfants no hubiera pesado tanto... ¿Cómo evaluaríamos esta película?
Creo que no "es una obra maestra temprana", pues Melville se conoce por "otras historias". Nada más. Y esa es una lástima. Sí.
Esperamos ya esa segunda revisión, pues.
Saludos,
Jorge
1949: Le Silence de la mer *
1950: Les Enfants terribles
1953: Quand tu liras cette lettre *
1955: Bob le flambeur
1959: Deux hommes dans Manhattan *
1961: Léon Morin, prêtre *
1962: Le Doulos
1963: L’Aîné des Ferchaux *
1966: Le Deuxième Souffle (quizá mi favorita)
1967: Le Samouraï
1969: L' Armée des ombres
1970: Le Cercle rouge (la vi en cine de niño y jamás se me ha olvidado)
1972: Un flic
Ahora bien, sería fascinante un ejercicio: ver, al hijo, primero Journal d'un curé de campagne de Bresson (O sease, la del Cura de Rancho de 1951), luego pasar a Léon Morin, prêtre de Melville y acabar con Nattvardsgästerna (o Luz blanca de 1962) de Bergman. Jo... Algo extraño deberá pasar en nuestra psique, seguro.*
Por ciento, veo que mañana la Cineteca proyecta Les Enfants terribles. Voy a hacer un esfuerzo sobrehumano para darme una vuelta.
Saludos,
Jorge
Ivan.
Mi hipotesis, mas bien lo q yo interprete, es que se prostituida. ¿es eso?
(Aclaro que ambas veces la pelicula la vi por cable y los subtitulos salian entrecortados, igualmente mucho dialogo no tiene por lo que la trama se entiende)
Ivan.
Por otra parte, es interesante decir que de todas, la de Melville es la única que fue para cine. El resto fueron directamente para televisión.