El cine que no vimos/XIX

Uno de los cineastas emblemáticos de la década que acaba de terminar es el prácticamente desconocido en México Jia Zhang-ké (o Zhang-ké Jia, si quiere usted occidentalizar su nombre y apellido), favorito de Venecia, participante en Cannes y Berlín, ganador en Nantes, mencionado en varias listas de lo mejor de la década que he estado recopilando en las últimas semanas.
Yo conocí el cine de Jia tardíamente, a partir de su cuarto largometraje, Ren Xiao Yao (Corea del Sur-Francia-Japón-China, 2002), distribuido internacionalmente -es un decir- como Unknown Pleasures aunque, tengo entendido, su traducción literal debía ser "libre de toda restricción". En todo caso, tanto el título en inglés como en mandarín tiene una crueldad irónica apenas embozada: sus tres personajes principales están atados a satisfacer placeres vacíos y su vida dificilmente puede tener más restricciones.
El escenario es Datong, al norte de China, en la provincia natal de Jia, Shanxi. El año es 2001 y el futuro es brillante para la República Popular China, que ha dejado atrás el comunismo y sus experimentos maoístas, tan catastróficos como criminales -el Gran Paso Adelante, la Revolución Cultural- para abrazar un capitalismo arrollador, dirigido y controlado desde el Estado. La consolidación de esa nueva China inicia, acaso, ese 2001: el año en el que el Comité Olímpico Internacional eligió a Beijing -Pekín, dirían los puristas- como sede de los Juegos Olímpicos.
Doy este contexto histórico porque en el cine de Jia el significado está no sólo en la pantalla sino en lo que la rodea, pues este escenario de la nueva China, tan caro para la propaganda de la gerontocracia que gobierna ese país, no podría ser más desesperanzador para los desempleados Xiao Ji (Wu Quiong) y Bin Bin (Zhao Wei Wei), dos jovencitos que acaban de dejar la adolescencia y que no encuentran su lugar en el mundo.
El tema es universal en el mundo postindustrial en el que vivimos: dos muchachos alienados, alejados de sus familias, incapaces de construir un sólido lazo emocional, sin un futuro discernible... Ji se enamora de Qiao Qiao (Zhao Tao), una modelo/edecán/bailarina que se renta para anunciar cualquier cosa que se venda en este "bravo nuevo mundo" consumista de la China del nuevo siglo, pero ella está atada a un empresario/gangster/proxeneta, Qiao San (Li Zu Bin), su patrón/amante/dueño. Por su parte, Bin busca entrar al ejército infructuosamente -no pasa el examen médico respectivo- y su novia Yuan Yuan (Zhou Qing Feng) lo abandona para estudiar comercio internacional, ¡la carrera del futuro!
Durante toda la cinta, en los ubicuos televisores, en los infaltables radios, se dejan ver y escuchar diversas noticias que no significan nada para Ji o Bin: tensiones políticas entre China y Estados Unidos, la más reciente represión al culto religioso Falun Gong, la crónica de algún acto terrorista, el triunfo de Beijing como sede de los Juegos Olímpicos del 2008 -festejado ruidosamente por los depauperados chinos en las calles de Datong, cual mexicanos celebrando que vamos al Mundial a hacer el ridículo.
Las dos líneas dramáticas de Unknown Pleasures -el triángulo amoroso entre Ji, Qiao y San; el inevitable rompimiento amoroso entre Bin y Yuan- se resuelven, pero nunca de la forma climática que uno podría haber esperado. Incluso, un hecho significativo de la historia sucede no sólo fuera de cuadro, sino que los personajes se enteran de él de la misma forma que el espectador: de pasada, sin énfasis de ningún tipo, sin asombro de ninguna especie. Y si hay visos de algo parecido al suspenso hacia el final, éste se diluye en la broma cruel del epílogo, con Bin cantando en la estación de policía.
Realizada en vídeo digital -formato que resulta ideal para la inmediatez con la que son retratados los acontecimientos-, en un estilo distante, de encuadres fijos con escasos close-ups y funcionales movimientos de cámara, Unknown Pleasures ha provocado comparaciones con el primer Godard, pero creo que si hay alguna influencia notable en esta cinta de Jia es la del riguroso formalismo del maestro taiwanés Hou Hsiao-hsien y el discurso ético del neorrealismo italiano. Acaso esta última analogía sea más exacta: como los cineastas italianos de la postguerra, Jia ve, observa, muestra, el desolado paisaje después de la batalla. O más bien: en medio de la batalla, pues la sociedad china está sufriendo aquí y ahora, siendo vapuleada por los vaivenes de un capitalismo voraz y rampante en el que Bin y Ji no tienen cabida.
Comentarios
Del destrozo, imposible del canal Once, yo mejor no hablaría así de simple. No sé si un cineasta pueda hacer algo que muchos directores nunca antes han podido siquiera. La oscura administración de Julio di Bella no creo que sea para enorgullecer a muchos. De hecho, sobrevive por ahi su hechura más hechiza y acomodaticia en el docto director de noticias RafaelLugo y ni quien haya echado olas o no El canal sobrevive gracias a sus trabajadores sin nombre y chambeadores cuadros efectivos que han evitado desde tiempos inmemoriales, aún antes de los ataques arteros de Lajous para fortalecer no sé qué privilegios contra el trabajo de planta, o base, o como se llame. Así que, yo diría que el canal sigue sin ser destruido, socavado, si, pero así ha vivido tantas socavadas ellas mismas adminstraciones del heróico IPN. Entonces...
Sigamos con el ombligo floreciente.
Saludos de año nuevo
saludos!!